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No respiro.

La realidad me ahoga.

Lloro cada noche en soledad, bajo las sabanas de mi cama, con la luz apagada y con cuidado de no hacer ruido para que nadie sepa nada.

Así una noche tras otra. Una y otra vez. ¿De verdad merece la pena vivir condenada a una vida infeliz?

Cartas de una chica suicidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora