Capitulo 11: Tentaciones

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 Seth

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Seth

La pantalla del celular se iluminó, revelando el nombre de mi hermano. Una semana entera evitándolo, y ahora no podía posponerlo más.

—Daven —murmuré, sintiendo la mirada de Maia clavada en mi espalda.

—Hasta que por fin apareces —su tono estaba cargado de irritación. Bufé, conteniendo el impulso de colgar de inmediato.

—¿Alguna novedad? —pregunté, tratando de sonar indiferente—. No he recibido respuesta de Reboredo.

—No la tendrás. Está tras mamá. —El mundo pareció detenerse, el aire se volvió irrespirable.

—¿Qué estás diciendo? —la desesperación se filtró en mi voz.

—Lo que oyes. Mandó a sus guardias a investigar la ubicación de mamá. Esto se está saliendo de control, Seth. Y Bereth... intento suicidarse nuevamente. Temo que haya escuchado una conversación que tuve con mamá.

—¿Qué conversación, Daven? —grité, sintiendo que la situación se desmoronaba a mi alrededor.

—Estábamos hablando de ti y luego... —hizo una pausa que me crispó los nervios— Le dije a mamá que debía decirle la verdad, hablarle sobre su padre.

Mi visión se nubló de rabia. Coloqué mis manos en la barra, apretando con tanta fuerza que los nudillos se me pusieron blancos. Sabía que Maia me observaba, seguramente aterrada, pero eso no hizo más que avivar el fuego dentro de mí.

—¡Necesito que arregles el desastre que ocasionaste, cuanto antes! —rugí, furioso.

—Temo que vengan por mamá, Seth. No la dejaré sola. Regresaré a la mansión de Reboredo para averiguar que planea. —su tono era decidido.

Colgué sin despedirme, sintiendo cómo la rabia me devoraba desde dentro. Pasé las manos por mi cabello y grité con toda la fuerza que tenía, un sonido primitivo, descontrolado. Empecé a lanzar platos, rompiéndolos en mil pedazos. Mi hermanito no estaba bien de la cabeza, lo sabía, pero mamá nunca lo aceptó. Reboredo estaba tras nuestra madre, y yo tenía que hacer algo.

—¡Maldita sea! —grité, mientras golpeaba la pared con mis puños, ignorando el dolor.

El crujido de los vidrios rotos bajo mis pies no significaba nada. Necesitaba sacar toda esta frustración, este miedo, de alguna manera.

De repente, sentí unos pequeños brazos rodeando mi espalda. Me quedé paralizado.

—Shhh, tranquilo —la dulce voz de Maia me llegó como un susurro etéreo, sus uñas trazando líneas suaves sobre mi pecho desnudo.

La Princesa de Papá (En edición) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora