Capitulo 21: El Causante de todo

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Seth

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Seth

El humo comenzó a infiltrarse en la cabaña como un manto gris que se extendía lentamente, envolviendo todo en su abrazo sofocante. Mis ojos vieron cómo la habitación se transformaba en un abismo de oscuridad y desesperación. Las llamas crepitaban, ardiendo con furia mientras se propagaban por las vigas de madera, devorando cada rincón de la cabaña.

Los gritos y las órdenes se mezclaban con el rugido del fuego. Los guardias de Reboredo corrían en todas direcciones, empujándose unos a otros en su desesperada huida. Sus rostros reflejaban el miedo y la confusión mientras se perdían entre el humo y las llamas, abandonando su puesto con la rapidez de quienes sienten que el peligro es inminente.

Mi mente estaba nublada, luchando entre la desesperación y la impotencia, cuando noté una figura familiar en la penumbra. A través de la densa cortina de humo, distinguí a Daven, su silueta oscura contra el resplandor del fuego. Lo vi apresurarse hacia la esquina de la habitación, donde, con movimientos rápidos y decididos, tomó a mi madre, Rebecca, y la sacó de la cabaña. A pesar del caos, había una pequeña chispa de gratitud al ver que ella estaba siendo llevada a un lugar seguro.

El calor del incendio era casi insoportable, y el humo envolvía todo, haciendo que la visibilidad fuera casi nula. Cada vez que miraba hacia el lugar donde yacía Maia, me sentía abrumado por el dolor y la tristeza. La cabaña, que alguna vez fue un refugio, ahora era un infierno en llamas. Las paredes se derrumbaban con un estruendo doloroso, y el suelo crujía bajo el peso de las llamas.

El fuego estaba cada vez más cerca, y la cabaña se estaba desmoronando. La tristeza y la desesperación se entrelazaban en mi pecho mientras luchaba con todas mis fuerzas por salir de allí y salvar a Maia. La desesperación de Reboredo por salvar a su hija, a pesar de su papel en todo el caos, se volvió una angustiosa llamada a la acción. Mientras las llamas devoraban la cabaña, lo único que podía pensar era en sacar a Maia de ese infierno y salvarla antes de que fuera demasiado tarde.

Reboredo se tambaleó hacia mí, sus manos temblorosas trabajando frenéticamente para desatar las cuerdas que me mantenían atado al techo. Cada nudo que deshacía me parecía un pequeño triunfo en medio del caos. Finalmente, las cuerdas se rompieron, y me desplomé al suelo, el dolor en mi espalda intensificado por la caída.

—Seth...—la voz de Reboredo estaba cargada de desesperación y miedo—. ¡Ayúdame! ¡Mi hija! ¡Necesito que la saques de aquí!

A pesar de la rabia y el odio que sentía hacia él, el terror en sus ojos y la urgencia de la situación me hicieron olvidar momentáneamente el sufrimiento en mi espalda. Me levanté con dificultad, el dolor en mi espalda y las quemaduras de las llamas se sentían como una tortura constante. Cada movimiento era una lucha, pero la visión de Maia, inconsciente y vulnerable, me impulsó a seguir adelante.

La Princesa de Papá (En edición) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora