Capitulo 4: Princesa Marchita

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Maia

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Maia

Todo sucedió tan rápido que mi mente apenas podía procesarlo. Su mano comenzó a deslizarse lentamente por mi muslo, y el horror me paralizó. Tragué fuerte, tratando de mantener el control, pero el miedo me envolvía, dejándome sin aire. No quería esto, no podía dejar que esto sucediera. Sabía lo que vendría si no hacía algo, si no lograba detenerlo.

—Por favor, no —supliqué, mi voz temblorosa, rota por las lágrimas que no dejaban de caer.

—Pero si estás bien buena, ¿cómo quieres que me resista? —respondió, soltando una carcajada que me hizo sentir como si el suelo desapareciera bajo mis pies—. Y además, te ves muy tentadora con ese vestido de princesa. No te durará nada.

Se inclinó hacia mí, sus labios peligrosamente cerca de los míos. Intenté apartar la cabeza, evitarlo, pero en cuanto lo hice, su expresión cambió. Sabía que había cometido un error.

—A mí no me hagas eso, princesa —gruñó, tomando mi rostro con una brutalidad que me arrancó un gemido de dolor antes de aplastar sus labios contra los míos. No respondí a su beso, no podía, pero él parecía disfrutarlo aún más. Sus ojos brillaban con una mezcla de lujuria y crueldad.

—¿Te haces la difícil, eh? —dijo, relamiéndose los labios mientras yo luchaba contra las náuseas que me revolvían el estómago.

Se apartó un poco, y por un instante, pensé que tal vez se detendría. Pero no. Comenzó a desabrocharse la camisa, y cuando la dejó caer al suelo, su pecho desnudo me pareció la confirmación de mi peor pesadilla. Volvió a acercarse, sus labios recorriendo mi cuello, dejando una estela de besos que se sentían como quemaduras en mi piel. No paraba de llorar, y a él no le importaba en lo más mínimo. Sentí sus manos deslizarse por mis hombros, tirando de mi vestido hacia abajo.

Intenté detenerlo, puse mis manos sobre las suyas, pero él solo apretó más fuerte, obligándome a gemir de dolor.

—No, princesa, déjame ver esa piel de porcelana —dijo con voz áspera, mientras ajustaba las cadenas en mis muñecas, obligándolas a estirarse más allá de lo que podía soportar—. Si sigues haciendo esos ruidos, menos podré resistirme.

Con un solo movimiento brusco, rompió mi vestido. El sonido de la tela rasgándose resonó en la habitación como un eco de mi desesperación. Él sonrió, disfrutando del control absoluto que tenía sobre mí. Me empujó con fuerza contra el colchón, levantó mis brazos sobre mi cabeza y ajustó las cadenas hasta que no pude moverme en absoluto.

Mi respiración se volvió errática, cada latido de mi corazón un martillazo de terror. Ya no había nada que pudiera hacer para detenerlo.

La Princesa de Papá (En edición) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora