Capitulo 12: Jugando Sucio

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Bereth

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Bereth

Sentía cómo mi mente se fracturaba más con cada minuto que pasaba sin tener a Maia. Pero a diferencia de Daven mi deseo no era protegerla ni salvarla. No, lo mío era más oscuro. Quería verla sufrir, quería hacerla pagar por los pecados de su padre, y sabía que Reboredo era la clave para cumplir mi venganza.

Sin pensarlo dos veces, agarré mi moto y me dirigí al hospital donde estaba internado. No tenía un plan claro, solo la necesidad de enfrentarme a él, de forjar una alianza que sellaría el destino de Maia sin que el lo supiera. Cuando llegué al hospital, los guardias me bloquearon el paso. No me importaba. Tenía una carta bajo la manga que sabía que funcionaría.

—Tengo información sobre su hija —dije, intentando mantener mi voz firme y segura, a pesar del nudo en mi estómago.

Funcionó. Después de unos minutos, me permitieron entrar. Me guiaron hasta la habitación de Reboredo, y mi corazón latía con fuerza, no por miedo, sino por la anticipación. Al cruzar la puerta, lo vi, fuerte y despiadado, exactamente como lo había imaginado. Una enfermera le ponía las botas, preparándolo para salir. No pude evitar pensar en cuánto lo odiaba, pero también en cuánto lo necesitaba en ese momento.

—¿Así que tienes información sobre el paradero de mi hija? —me preguntó sin preámbulos, con una frialdad que me hizo estremecer.

Asentí, tratando de mantenerme firme. Este era mi momento para aprovecharme de su desesperación.

—Le diré todo, pero a solas —respondí, lanzando una mirada significativa a la enfermera y a los guardias que estaban en la habitación.

Reboredo, sin mostrar emoción alguna, hizo un gesto y todos se retiraron, dejándonos a solas. El silencio entre nosotros era tenso, casi insoportable.

—¿Te conozco? —me preguntó mientras me escaneaba de pies a cabeza, como si estuviera buscando algo familiar en mi rostro.

—No, señor —mentí, manteniendo la mirada baja.

Reboredo se acercó, sus ojos verdes, tan parecidos a los míos, perforando los míos. Podía sentir su desconfianza, pero también algo más: una curiosidad oscura. Era como si ambos compartiéramos un vínculo invisible, una conexión que ni él ni yo éramos conscientes de en su totalidad.

—¿Qué es lo que realmente quieres, muchacho? —preguntó, su voz cargada de desdén—. ¿Qué deseas a cambio de la información sobre mi hija?

Tragué saliva, sintiendo la tensión en el aire.

—Lo que quiero es simple —dije, manteniendo mi mirada fija en él—. Quiero que Maia esté a mi disposición. Quiero que me ayudes a asegurarme de que esté conmigo, bajo mis condiciones.

La Princesa de Papá (En edición) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora