Capitulo 25: En el bosque

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Bereth

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Bereth

El aire a mi alrededor se volvía cada vez más pesado, sofocante. Sentía la viga presionando mi espalda, quemando mi piel mientras el fuego rugía a mi alrededor. Cada respiración era un tormento, y el dolor atravesaba cada parte de mi cuerpo. Intenté moverme, pero estaba atrapado. La desesperación me envolvía, y el sabor del metal y la ceniza llenaba mi boca.

—¡Seth! —grité, mi voz apenas audible entre el caos—. ¡Hermano, no me dejes!

Pero lo sabía, lo sabía en lo más profundo de mi ser. Seth me había dejado atrás. Lo había visto alejarse con Maia en sus brazos, su mirada resuelta, implacable. Yo no era su prioridad. Nunca lo fui. Mis fuerzas se desvanecían y la muerte parecía una certeza inminente. Podía sentirla aproximándose, el fuego arrastrándose más cerca de mi piel, robándome el aliento.

El dolor era insoportable. Mis pulmones ardían, mi cuerpo se retorcía bajo la viga, y por un momento, todo lo que quise fue que terminara. Que el sufrimiento acabara de una vez por todas.

Pero entonces, en medio de la agonía, sentí algo moverse. La presión sobre mi cuerpo disminuyó. Al principio pensé que era mi mente jugándome una mala pasada, un último suspiro de esperanza antes del final. Pero no, el peso de la viga realmente estaba levantándose. Mi corazón latió con fuerza en mi pecho, la confusión y el miedo se apoderaron de mí.

Miré hacia arriba, esperando ver las llamas devorándome, esperando que fuera el final. Pero en su lugar, lo vi a él.

Reboredo.

El hombre que odiaba con cada fibra de mi ser. Mi padre. Estaba de pie sobre mí, sus ojos brillaban con una mezcla de dolor y determinación mientras levantaba la viga que me había atrapado. Su rostro, aunque marcado por el dolor de las heridas que yo mismo le había infligido, mostraba algo más... ¿compasión?

No podía entenderlo. ¿Por qué? ¿Por qué me estaba ayudando? Después de lo que le hice, después de que le hundí el cuchillo en el cuerpo, después de haber abusado de su hija, después de haber intentado destruirlo... ¿por qué me estaba salvando?

—¡Padre! —grité, mi voz ronca por el humo y el miedo—. ¿Por qué...?

Pero no dijo nada. Reboredo, tambaleándose por sus heridas, logró mover la viga lo suficiente como para liberarme. Sentí el aire llenar mis pulmones de nuevo, aunque seguía siendo un aire cargado de cenizas y muerte. Me dolía todo, pero estaba libre.

Quise levantarme, pero mis piernas no respondían. Todo lo que pude hacer fue quedarme allí, tirado en el suelo, mirando a mi padre como si fuera un extraño. Porque eso era para mí. Un extraño.

La Princesa de Papá (En edición) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora