Capitulo 9: Venganza Perfecta

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Bereth

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Bereth

Daven y yo caminábamos en silencio de regreso a la casa, mis pasos eran pesados, como si la arena se aferrara a mis pies, intentando arrastrarme de vuelta al mar donde había intentado encontrar una salida. El aire frío de la noche me golpeaba en la cara, despertándome de mi aturdimiento, pero no lo suficiente para acallar las voces en mi cabeza. Daven me mantenía cerca, con la mano firme sobre mi hombro, como si temiera que en cualquier momento pudiera intentar escapar de nuevo.

Pero no había escapatoria.

Mi mente era un torbellino de pensamientos oscuros, girando sin control. La imagen de Reboredo se clavaba en mi cerebro como un cuchillo envenenado, un recordatorio constante de la razón por la cual había sido destruido. Era mi padre. Ese hombre despreciable que había arruinado la vida de mi madre. No podía soportar la idea de que el monstruo que la había abusado era el mismo cuya sangre corría por mis venas.

La furia me quemaba por dentro. Quería matarlo. Quería hacerle sentir todo el dolor que él nos había causado. Pero ¿cómo? ¿Cómo vengarme de alguien tan poderoso, tan intocable? Las respuestas se me escapaban, como si estuvieran justo fuera de mi alcance, burlándose de mí.

Y luego estaba Maia. Mi hermana. Esa palabra resonaba en mi mente, pero no podía reconciliarla con la realidad. Maia, la mujer de la que me había obsesionado, a la que había... a la que había...

Las náuseas me golpearon de repente, una ola de asco que subió por mi garganta como un veneno imparable. Me detuve en seco, llevándome una mano al estómago. Sentí la bilis subir y, sin poder contenerlo, vomité violentamente en la arena. El sabor amargo y ácido llenó mi boca, y mi cuerpo se estremeció mientras me doblaba por el dolor.

—¡Bereth! —exclamó Daven, acercándose de inmediato. Me sujetó por los hombros, manteniéndome en pie mientras mi cuerpo se sacudía con cada espasmo. Apenas podía respirar entre arcadas, y mi visión se nublaba por las lágrimas involuntarias que brotaban de mis ojos.

Daven me ayudó a enderezarme, su mano firme en mi espalda mientras yo intentaba recuperar el aliento. Sentí su preocupación, la forma en que me sostenía como si fuera a romperme en cualquier momento.

—Tranquilo, respira... —murmuró, su voz llena de una ternura que no merecía.

Pero incluso en medio del asco y la debilidad, mi mente no dejaba de girar. La culpa, que antes me había devorado, se desvaneció lentamente, reemplazada por una fría y calculada idea. Maia era la clave. La llave para la venganza perfecta.

Ya no importaba que fuera mi hermana. En mi mente, esa conexión se desdibujó, se desvaneció en la oscuridad. Lo que importaba era Reboredo. Él era la fuente de todo mi sufrimiento, y Maia... Maia era el arma que podía usar para destruirlo. Sí, eso era lo que tenía que hacer. Usarla. Hacerle sentir lo que él nos había hecho sentir a mi madre, a mis hermanos y a mí. Era la forma de hacer que pagara.

La Princesa de Papá (En edición) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora