Capitulo 20: Ruptura del Vínculo

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Maia

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Maia

Papá me miró, y por un segundo pensé que tal vez mis palabras lo habían atravesado, que tal vez podía sentir algo más que odio. Pero no.

Con un movimiento rápido y furioso, me agarró de los hombros. Sentí el dolor inmediato de su agarre, sus dedos clavándose en mi piel, como si quisiera destrozarme de una vez por todas.

—¡Cállate! —gritó, su rostro deformado por la ira, su voz atronadora. Antes de que pudiera reaccionar, su mano se levantó y me dio una cachetada tan violenta que el mundo se desvaneció por un instante.

El golpe fue como un trueno en mi cabeza. Sentí un ardor abrasador recorrer mi mejilla, y mi cuerpo, incapaz de soportar la fuerza, cayó al suelo con un estruendo. El frío del suelo fue lo único que me ancló a la realidad mientras el dolor en mi rostro se expandía, pero el dolor más profundo no era físico. Me había golpeado... Papá me había golpeado.

—¡Eres igual que tu maldita madre! —escupió con desprecio mientras yo intentaba levantarme, tambaleándome, luchando por encontrar aire en medio de la confusión y el dolor.

El sonido de su voz, tan cargada de odio, resonaba en mi cabeza, perforando cada rincón de mi ser. Apenas podía procesarlo. Mi propio padre.

Papá me miraba desde arriba, su sombra cubriendo mi cuerpo tembloroso en el suelo. Los ojos, fríos y llenos de rencor, me escaneaban como si fuera la peor traidora. Se pasó la mano por el rostro, como si quisiera contener una ira que ya estaba desbordada.

—Te voy a enseñar una lección, Maia... —dijo con una calma tan peligrosa que me heló la sangre. Caminó hacia una esquina de la cabaña, y lo vi, casi como en una pesadilla: tomó una correa de cuero, el sonido al arrastrarla por el suelo resonando en mis oídos como una sentencia de muerte. Mi cuerpo entero se tensó.

Seth, contenido por los guardias que lo mantenían inmovilizado, comenzó a gritar desesperadamente.

—¡No, detente! ¡No te atrevas a tocarla, malnacido!—

Su grito era un eco desesperado, lleno de angustia mientras intentaba liberar sus manos y alcanzar a mi padre. Los guardias luchaban por mantenerlo a raya, sus esfuerzos frenéticos en vano mientras Seth trataba de intervenir. El ambiente se llenó de una tensión insoportable, mientras la cruel realidad de que el amor y la protección que siempre había conocido se habían convertido en una dolorosa ironía.

El caos se desató aún más cuando vi a mi padre reír irónicamente, una risa que era más cruel que cualquier insulto. Su sonrisa era una máscara de maldad y desprecio mientras observaba la desesperación de Seth.

La Princesa de Papá (En edición) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora