Capitulo 35: Recuerdos Dolorosos

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Seth

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Seth

La mano de Sofía es fría pero firme cuando toma de la mía, sacándome de la bodega. La luz del sol me golpea la cara, y mis ojos luchan por ajustarse a la claridad. Mi mente, aún nublada por los días interminables en la oscuridad, apenas puede procesar lo que está sucediendo.

—¿Cuánto tiempo... ha pasado? —pregunto, mi voz suena como un eco, como si no la hubiera usado en meses.

—Tres meses —responde Sofía con una sonrisa que no alcanza sus ojos.

Tres meses. He estado tres meses encerrado, privado de la luz del sol, tratado como un animal. La palabra resuena en mi mente: tres meses. Cada día se ha convertido en una eternidad; mis recuerdos se desvanecen, reemplazados por un vacío que me consume. La bodega era mi mundo, y ahora, al salir, el aire fresco me abruma.

Me doy cuenta de que he perdido mucho más que tiempo. He perdido mi sentido de la realidad, mi humanidad. La desesperación se mezcla con una extraña sensación de pertenencia al lado de Sofía. Ella es mi salvadora, mi guía, y a la vez, mi carcelera.

Mientras camino a su lado, un silencio incómodo se instala entre nosotros, y la pregunta más oscura comienza a hacerse eco en mi mente: ¿qué me espera ahora?

Sofía me guía hacia su auto, un elegante sedán negro que brilla bajo la luz del sol. La puerta se cierra detrás de mí con un golpe sordo, y el mundo exterior se siente como un recuerdo distante. A medida que nos alejamos de la bodega, la ciudad se convierte en un borrón de sombras y luces. Mis pensamientos son un torbellino, atrapados entre la confusión de lo que he experimentado y la fascinación por lo que está por venir.

Conduciendo fuera de la ciudad, el paisaje cambia gradualmente de edificios a vastos campos y terrenos vacíos. La tensión en mi pecho se mezcla con la emoción, y no puedo evitar preguntarme qué tiene Sofía planeado. ¿Por qué este lugar?

Finalmente, llegamos a un hotel de aspecto modesto, pero con un aire de misterio. Sofía me mira y me sonríe, esa misma sonrisa que me atrapó desde el principio.

—Aquí es donde comenzaremos a trabajar —dice, su voz firme y decidida.

Salgo del auto, y el aire fresco de la tarde me envuelve. Me siento un poco más vivo, aunque el miedo aún se aferra a mis huesos. Sofía toma mi mano nuevamente y me lleva hacia la entrada.

El vestíbulo del hotel es acogedor, con luces tenues y un suave murmullo de conversación en el aire. Ella se mueve con seguridad, como si estuviera en casa, mientras yo sigo su paso, sintiéndome fuera de lugar. Nos dirigimos al ascensor, y la sensación de claustrofobia regresa brevemente mientras subimos.

Cuando las puertas se abren en el tercer piso, Sofía me guía por un pasillo que parece interminable. La madera del suelo cruje bajo nuestros pies, y cada paso resuena en mi mente. Finalmente, se detiene frente a una puerta y saca una llave de su bolso. Abre la puerta y entra, tirando de mí hacia el interior.

La Princesa de Papá (En edición) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora