Capituló 15: La Culpa

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Daven

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Daven

La escena frente a mí era un caos de emociones que no podía controlar. Maia, la niña que había jurado proteger, estaba allí, desnuda y vulnerable, envuelta en sábanas que no podían esconder lo que había sucedido. Mi mente se nubló con una mezcla de ira, dolor y traición. Apenas podía respirar. Todo lo que veía, todo lo que sentía, era el resultado de una única verdad que no quería aceptar: Seth se había aprovechado de ella.

—¿Qué has hecho? —mi voz tembló con una furia que apenas reconocí como mía. Avancé hacia Seth, mi mente gritando que lo golpeara, que lo hiciera pagar por lo que había hecho.

Seth no se movió, sus ojos fijos en los míos, pero su expresión era indescifrable. Ese silencio suyo, esa calma, solo echó más leña al fuego que ardía en mi interior.

—¡Contesta, maldita sea! —grité, empujándolo con fuerza. Sentí el calor de mi ira en cada palabra, en cada movimiento. No podía controlar las imágenes que inundaban mi mente: Maia indefensa, Seth aprovechándose de su vulnerabilidad.

Lo empujé de nuevo, con más fuerza, y esta vez Seth tropezó hacia atrás, chocando contra la pared. Quería verlo reaccionar, quería verlo sentir al menos una fracción del dolor y la rabia que me consumían. Pero Seth seguía sin moverse, sin decir una palabra.

Mi mente se llenó de imágenes de Maia sufriendo, su mirada perdida, la inocencia que había perdido en manos de mi propio hermano. ¿Cómo había llegado a esto? ¿Cómo había permitido que esto sucediera? Cada pensamiento avivaba mi furia, haciéndome perder el control.

—¡Eres un maldito monstruo! —vociferé, mi voz rompiéndose al final. Mi puño se cerró con fuerza, y sin pensarlo, lo lancé contra Seth. El golpe resonó en la cabaña, un eco de todo lo que sentía. Pero eso no fue suficiente. Le golpeé de nuevo, descargando en él toda la rabia acumulada.

Seth finalmente levantó los brazos, intentando defenderse, pero no podía contenerme. Cada golpe era una forma de liberarme de la desesperación, del sentimiento de haber fallado. Sentí la piel de mis nudillos rasgarse, la sangre manchando mi piel, pero no me importó. Solo quería seguir, hasta que el dolor se desvaneciera.

—¡¿Cómo pudiste hacerle esto?! —grité, mis palabras llenas de desesperación y dolor.

Finalmente, Seth reaccionó. Su mano agarró mi brazo en medio de un golpe, y sus ojos, oscuros y llenos de una emoción que no podía descifrar, se clavaron en los míos.

—No sabes nada, Daven, ¡no sabes lo que pasó! —su voz era firme, pero cargada de algo más, algo que no había esperado escuchar. No era el tono de alguien que se justificaba, sino el de alguien que luchaba contra algo más grande que ambos.

La Princesa de Papá (En edición) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora