Capítulo 17: Recuerdos del pasado

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Reboredo

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Reboredo

El rugido de Daven resonaba en la cabaña, sus palabras cargadas de acusación: "¡Abusó de Maia, tu propia hija!" Cada palabra me golpeó como un martillo, resonando con una verdad que no pude ignorar. Mi mente se tambaleó, luchando por asimilar la magnitud de lo que acababa de escuchar. La rabia y la confusión me invadieron mientras mis ojos se deslizaban hacia Bereth, quien estaba paralizado, sin poder ofrecer una explicación que aliviara el peso de la culpa que sentía.

No podía quedarme quieto ante esto. La realidad de que mi hija había sido víctima de la brutalidad de Bereth, un acto despreciable perpetrado por los Vatz, me consumió en una furia que no pude controlar. Mi necesidad de venganza se avivó aún más. Di la orden a mis hombres para que trajeran a Rebecca, para que viera la consecuencia de sus acciones y se enfrentara a su propio destino.

Rebecca fue arrastrada a la cabaña, sus ojos llenos de terror al ver el caos que se había desatado. Su presencia fue como un nuevo golpe en la cabeza para todos los presentes. Ella era una pieza crucial en el rompecabezas, una pieza que debía encajar perfectamente para completar el círculo de justicia.

Miré a Bereth con una mezcla de furia y desdén.

—¿Por qué, Bereth? —mi voz salió fría y cortante, una mezcla de desesperación y furia—. ¿Por qué secuestraron a mi hija? ¿Por qué la sometieron a esto?

Bereth trató de articular una respuesta, pero las palabras no salieron de su boca. La confusión y el miedo eran evidentes en su rostro. Mi paciencia se agotaba rápidamente, y la necesidad de respuestas se hizo más urgente.

Fue Daven quien rompió el silencio, su voz llena de dolor y resentimiento.

—La secuestramos para vengarnos de ti —dijo con una rabia contenida—. Queríamos que sufrieras por lo que le hiciste a nuestra madre hace años.

Las palabras de Daven fueron como un látigo en mi piel.

Recuerdo claramente aquellos días con Rebecca, antes de que todo se desmoronara. Ella había estado con el padre de sus hijos, compartiendo su vida con él mientras yo seguía sus pasos en la sombra. La traición de Rebecca fue una herida profunda. El engaño de estar con ambos hombres a la vez, y mi descubrimiento de su infidelidad, fue una de las razones por las que mi vida se torció.

Sumergido en el dolor y el alcohol, mi mente encontró un escape en una noche que desearía no recordar. Fue en ese estado de desesperación y borrachera que, en un acto de furia ciega, abusé de ella. Un acto que me atormentaría con un arrepentimiento insoportable. La culpa de ese abuso se convirtió en una carga que llevaba con mi odio hacia todo lo que representaba la traición.

La Princesa de Papá (En edición) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora