Capítulo 20 final

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Último capítulo, pero tranquilas que tendrán un epílogo está misma noche :D

no lloren mucho ;(

Horas antes de que Robert llegara a casa. La pelinegra estaba en la recámara principal empacando sus cosas hasta que vio a la señora Rosy en el marco de la puerta, sorprendida. No quiso darle importancia y continuó con la maleta.

—¿Qué está haciendo, señora? —tuvo que preguntar.

—Me voy —se limitó a decir cerrado su maleta.

Avanzó a la puerta con esa misma y la señora seguía sin entender.

—¿Por qué se va? —siguió preguntado la señora logrando que la pelinegra se detuviera.

—Tiene a otra mujer y no siente nada por mí. Me lo demostró aquella noche —solamente dijo eso.

Descendió las escaleras y cuando estaba a punto de cruzar la puerta se detuvo para mirar la casa por última vez. Estaba triste, sus lágrimas caían sobre sus mejillas, no pudo controlarse más y se cubrió el rostro con ambas manos comenzando a soltar todo el llanto de dolor que tenía guardado.

Pensaba que Robert nunca cancelaría ese contrato y que tendrá que abortar a su bebé, además pensaba que a la que Robert quería era a Lucy. Lo mejor iba a ser que se fuera lejos donde nadie la encontrara.

Seguía llorando hasta que cruzó la puerta y en el momento que puso un pie afuera, pensó:

“Desde este momento mi amor por ti acaba. Nunca sucedió nada, nunca te conocí y sólo sé que pasó pero no existirá un recuerdo de nosotros. Ahora mataré a este amor que desde el principio fue un problema”.

Lo tenía claro, no quería volver a sufrir lo mismo. Salió de la casa y cerró la puerta que también significó que había cerrado ese capítulo en su vida y que arrancaría aquella página como si nunca hubiera existido.

Un taxi se detuvo, estaba lista para subir pero los trabajadores de la casa salieron para verla por última vez. Esa parte también le dolía, recordar tantas risas con esas personas le destrozaba el alma. Se acercó un poco a ellos con lágrimas en los ojos.

—Señora… yo la llevo —se ofreció Jaime.

—No hace falta. Yo me iré sola, así fue como llegué y así me iré —afirmó, con media sonrisa, aunque sus lágrimas salían sin parar.

—Que le vaya bien, señora —el jardinero le dedicó una sonrisa leve.

—Cuídese mucho —agregó el de seguridad.

—¿Qué le diré al señor cuando llegue? —la señora Rosy igual se sentía triste.

—Que mi trabajo terminó. Dígale que mi trabajo con él terminó aquí —respondió—. Ya salí de esa casa así que ahora llámenme Wendy... esa soy yo.

—Que sea feliz, señora —le pidió el señor Jaime.

Todos le desearon el bien antes de que subiera al taxi pero no sin antes mirar la mansión por segunda vez con detenimiento.

Era lo más difícil que había hecho.

No podía creer que todo acabará así.

Se limpió las lágrimas cuando el taxi arrancó. Ahora su vida dependía de ella, nadie iba a decirle que hacer, a pesar de que le prohibieron tener a su bebé, no iba a permitir que nadie le hiciera daño.

El taxista se detuvo en la casa de Giselle. Su amiga que al principio sólo era su entrenadora, estaba en la puerta esperándola (tenía una maleta en la mano).

Adiós tristeza y hola felicidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora