Capítulo nueve

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El verano transcurrió tan rápido que, para cuando Harry se dio cuenta, había llegado el mes de agosto, tormentoso e impregnado de un calor bochornoso que lo exasperaba. Julio se escurrió entre pelear contra Grimmauld Place para conseguir hacer de ella no sólo un cuartel habitable, sino una vivienda acogedora, y celebrar su cumpleaños en cuatro ocasiones: con Hermione y Ron, Luna y Ginny; con los Weasley en La Madriguera, con Andromeda y Teddy y, en una visita descontrolada y alejada del mundo mágico a las discotecas del Londres muggle, con sus antiguos compañeros de Gryffindor y el ejército de Dumbledore.

Malfoy y él no se habían visto durante aquel mes, pero la grulla de papel había viajado esforzada y denodadamente entre Wiltshire y Londres casi a diario. Harry se había planteado ir al callejón Diagon para adoptar otra lechuza, pero no conseguía hacer ánimos para ello; sentía que el hueco que Hedwig había dejado con su marcha no estaba disponible aún en su interior. Además, la grulla encantada parecía inmune a las inclemencias climáticas, la distancia o el cansancio. Aunque intentaba convencerse a sí mismo de que no estaba esperando el regreso de la grulla, lo cierto era que los días que la pequeña figurita de papel se deslizaba por la abertura de la ventana, habitualmente en las pegajosas y cálidas noches, para posarse en su mesilla, eran más luminosos.

La grulla reposaba ahora sobre la mesita de noche, oscilando suavemente bajo la corriente de aire, fresco gracias a un breve chaparrón al atardecer, que penetraba por la ventana y hacía ondear los visillos, más livianos que los gruesos cortinajes que adornaban antes el dormitorio principal de Grimmauld Place. No quedaba rastro de lo que era originalmente la habitación, al menos tal y como Harry la conoció. Las primeras semanas durmió en el cuarto de Sirius, en el último piso del viejo caserón, pero habilitó el dormitorio de la primera planta en primer lugar, desmontando toda la decoración y deshaciéndose de todos los muebles, polvorientos y pasados de moda, demasiado rococós para su gusto, para poder instalarse en él. Ahora era una isla de color y modernidad en medio de la oscura casa, pero estaba decidido a que el resto del edificio acabase subyugado a su concepto de hogar y no al de una familia anclada en los ideales fascistas de la primera mitad del siglo XX. Lo único que no tenía claro, de hecho, era qué hacer con los dormitorios de la última planta, el de su padrino y el hermano de este, únicas notas de personalidad de la casa.

Harry desdobló la grulla para leer el mensaje, sonriendo de medio lado. Se intercambiaban mensajes concisos que pudiesen caber en el pequeño cuadrado de papel, cuyas marcas de doblado desaparecían al mostrar su contenido y volvían a aparecer al tocarla con la varita.

En ellas, Harry le había contado a Malfoy que, por el momento, prefería no trabajar. Tenía dinero suficiente para no hacerlo y deseaba dedicarse a convertir Grimmauld Place, lo único que le quedaba de lo que un día fue su familia, en un lugar donde vivir. Este le había respondido que él, en cambio, había tomado las riendas de los negocios de la familia Malfoy en ausencia de su padre, que seguía cumpliendo su condena por mortífago. No fue hasta el tercer viaje de la grulla que le había confesado estar abrumado por la cantidad de papeleo y en la cuarta había admitido que odiaba los libros de contabilidad. A cambio, Harry le había contado cómo un libro de la biblioteca Black había intentado morderle la cara al sacarlo de su estante para enviarlo a Hogwarts y que fuese conservado en la sección prohibida, o la historia de la cajita de música que aparecía una y otra vez, de forma misteriosa, en una de las vitrinas de la sala de baile y que, si la escuchabas, te sumía en un sueño profundo.

«Hoy, una cajita de música ha querido matarme de sueño. Por séptima vez», había sido, de hecho, el último mensaje que le había enviado un par de días antes, con la esperanza de que burlarse de él subiese el ánimo tormentoso de Malfoy, que se adivinaba incluso entre lo escueto de sus notas.

«Potter, se supone que tú eres bueno en Defensa contra las Artes Oscuras como para caer en burdos juegos de magos con menos sentido del humor que una acromántula», rezaba la respuesta que contenía la grulla, a la espera de que Harry la reescribiese.

Grulla de papel [Drarry]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora