Capítulo doce

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Trigger Warnings: Sexo oral. Fingering. Frotting. Sexo anal. Mordisco.

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El buen humor le duró un par de semanas. Ron y Hermione lo achacaron a que por fin había conseguido librarse de Walburga y, además, el completo dominio sobre Grimmauld Place. Aunque Harry no lo notó hasta el día siguiente, desde ese momento la casa empezó a responder a sus cambios sin necesidad de pelear por todos y cada uno de los objetos que trataban de desechar. A cambio, Harry tuvo en cuenta su conversación con Malfoy y modificó el criterio con el que Ron, Hermione y él limpiaban la casa. Seguía decidido a deshacerse de cualquier objeto remotamente peligroso e impregnado de magia oscura, pero buscó un lugar donde reubicar todos los demás que no fuesen mero mobiliario vetusto.

En menos de un mes, toda la casa estaba reformada a su gusto. A cambio, la gran sala de baile presidida por el enorme tapiz pasó a ser el único vestigio del antiguo caserón y se convirtió en una suerte de museo y biblioteca que recogía los tesoros familiares, incluso aquellos anodinos como las enormes vajillas de lujo y las cuberterías de plata encantadas para brillar sin necesidad de ser limpiadas. Kreacher había gruñido al ver la nueva y reluciente cocina, más luminosa y pulcra que nunca, pero no había puesto más objeciones. La propia casa creó un enorme ventanal en ella, similar a los del Ministerio, pues la cocina estaba debajo del nivel del suelo, que replicaba el paisaje que se veía desde los ventanales de la sala principal.

Con la sala de baile como bastión para que la casa tuviese su tradición y pasado a salvo, fue el propio Grimmauld Place, cuya personalidad se inclinaba más a la ampulosidad que al travieso descaro de La Madriguera, quien decidió qué hacer con los dormitorios de Regulus y Sirius. Ambos quedaron intactos, salvo por los recortes de noticias de Voldemort, que aparecieron pulcramente ordenados dentro del armario y las paredes de ambas habitaciones fueron decoradas con fotografías infantiles de los dos hermanos que Harry no tenía ni idea de dónde habían salido.

—Me encanta la magia —había dicho a Hermione al descubrirlo. La chica había asentido, entusiasmada. Desde la visita de los Malfoy, había estado indagando al respecto de las personalidades de las casas mágicas y parloteaba sin cesar acerca de los mitos muggles de viejos caserones encantados y su relación con viviendas mágicas abandonadas. Ron, por su parte, había probado a conectar con la personalidad traviesa de La Madriguera que, según Molly, ahora se sentía incluso más cálida y familiar.

Harry había habilitado un dormitorio para que sus amigos pudiesen quedarse a dormir cada vez que lo deseasen, pero tras terminar de acomodar Grimmauld Place los dos se habían embarcado en la búsqueda de un apartamento muggle cercano al Ministerio, donde Hermione trabajaba para Shacklebolt, el nuevo ministro. Ron, por su parte, estaba pensando en aceptar la oferta de su hermano George y unirse a él como socio de la tienda de artículos de broma y ocupar el lugar de su fallecido hermano Fred en ella.

Indeciso sobre su futuro ahora que había terminado de reformar Grimmauld Place y con sus dos mejores amigos embarcados en sus trayectorias profesionales, Harry se sentía un poco perdido. Ocuparse del viejo caserón tras terminar en Hogwarts había sido una excusa excelente para aplazar una decisión definitiva, pero también había creído que iba a ser una tarea mucho más titánica, sobre todo cuando Ron y Hermione no tuviesen tanto tiempo para ayudarlo. Y, gracias a Malfoy, había pasado a estar desocupado de un día para otro. Se lo había planteado, de hecho, en uno de los mensajes enviados con la grulla, que ahora sólo pasaba una noche de cada dos en Grimmauld Place, bromeando al respecto y preguntándole cuáles eran sus planes ahora que el verano había terminado y los ventanales incandescentes caldeaban la casa entera con facilidad.

Este le había enviado una respuesta un tanto parca en palabras, en la que Harry podía leer el sarcasmo con el que había sido escrita y la ceja levantada de Malfoy mientras lo hacía: «Administrar las finanzas y gestionar los negocios de los Malfoy, Potter». Sin embargo, cuando los días más cortos de principios de octubre habían empezado a notarse, Malfoy había seguido enviando puntualmente la grulla, sin permitir que la conversación decayese. La conversación se había teñido de cierta urgencia y ambos entremezclaban en los breves mensajes veladas alusiones sexuales que mantenían a Harry en vilo, impaciente por volver a repetir su último encuentro, pero las diversas obligaciones de Malfoy y los compromisos familiares de Harry objetaban a cualquier fecha que intentasen coordinar. Además, la solución que a sus ojos parecía más sencilla, quedar de madrugada en Grimmauld Place, fuera de cualquier horario o compromiso, era rechazada sistemáticamente por Malfoy.

Grulla de papel [Drarry]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora