Capítulo veinte

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—¡Harry! —Teddy, que llevaba solo una diminuta mochila de color vivo de la cual colgaba un desgastado osito de felpa que había conocido mejores épocas, corrió hacia él nada más lo vio aparecer por la esquina—. ¡James! ¡James!

—Hola, Teddy. —Harry se arrodilló en la acera para proteger con el paraguas al pequeño de la débil lluvia invernal y permitir que pudiese ver a James, que sonrió, contento de ver al otro niño, y dejó ver la línea pálida de sus encías que revelaba el diente que brotaría pronto.

La escuela infantil muggle a la que Teddy asistía estaba a menos de cuatro calles de Grimmauld Place. Había sido idea de Harry matricularlo allí. Al principio del verano anterior, en plena fiebre lectora durante la gestación de James, había intentado informarse al respecto y, aunque no era obligatorio hacerlo ni siquiera en el mundo muggle, se lo había planteado a Andromeda. Había temido extralimitarse en sus funciones como padrino del niño, aunque estuviese dispuesto a correr con los gastos. Por lo que sabía a través de Ron y Ginny, en las familias mágicas era costumbre impartir la educación infantil en casa, normalmente a cargo de las madres o alguno de los abuelos. En algunas familias de sangre pura bien posicionadas económicamente, se estilaba contratar tutores privados mientras que en pueblos como Hogsmeade o con un gran número de población mágica se organizaban en la comunidad para juntar a varios críos y turnarse.

Sin embargo, y en eso Hermione estaba de acuerdo con él, Harry no creía que la educación proporcionada en las familias mágicas fuese suficiente, máxime cuando eran conceptos que habían aprendido a su vez antes de los once años y que Hogwarts no había reforzado en absoluto. La propia Hermione le había explicado que cuando ellos estudiaban allí, en asignaturas como Aritmancia o Runas Mágicas era más frecuente ver a hijos de muggle y herederos de familias de sangre pura, como Malfoy, porque eran los únicos que no tenían problema en alcanzar el nivel mínimo requerido para comprender las bases matemáticas y lingüísticas de ambas materias. Por eso, Harry se preparó una serie de argumentos para presentárselos a Andromeda, dispuesto a convencerla de que Teddy siguiese una educación muggle hasta el momento de partir a Hogwarts.

—De acuerdo —había dicho la mujer, después de escucharlo con rostro grave y circunspecto. El rostro de Harry se había iluminado. Había contado con más resistencia. Ella se había dado cuenta de su expresión y había añadido, sonriendo—: Para haberte criado con muggles y haber derrotado a una de las facciones que más confundió tradición mágica con racismo, has entendido muy bien esas tradiciones.

—No comprendo qué tiene que ver eso.

—El vínculo entre el padrino o la madrina y sus ahijados es uno de los más fuertes en la magia. Es, a todos los efectos, reconocer ante la magia que hay un lazo directo de familia entre ambas partes, aunque no compartan sangre alguna. Es un ritual mágico muy antiguo e importante, pues proporciona una proporción importante al niño o niña. Es frecuente que los padrinos se inmiscuyan en la educación de sus ahijados. Mi madrina me enseñó a hacer algunos hechizos básicos antes de ir a Hogwarts y me extrañaría mucho que la habilidad con las pociones curativas de Draco no tenga un origen similar.

—Sirius me enseñó, o al menos lo intentó, algunos hechizos durante mi cuarto año. Y trató de asesorarme en las pruebas —había reconocido Harry con nostalgia.

—Me parece que mi primo, por mucho que renegase de sus orígenes por repulsión a los mortífagos y a la ideología del Señor Tenebroso, no detestaba tanto las tradiciones de sus antepasados Black. No todas, al menos. —Andromeda se había reído al ver la expresión de Harry, que estaba recordando algunos de los momentos de su padrino en Grimmauld Place y tradiciones que, decididamente, no pensaba resucitar ni para mencionarlas—. Y tu padre también, sin duda. Era un Potter y sabía lo que se hacía al nombrar un padrino.

Grulla de papel [Drarry]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora