Capítulo veintiséis

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Habían llegado al final del camino. Harry lo sabía con la misma certeza con la que había sabido que seguir acostándose juntos iba a hacerles daño. Sabía que ninguno de los dos podía haber hecho nada para impedirlo sin variar sus expectativas, a causa de la incompatibilidad de sus deseos vitales. Igual que sabía que, aunque sin duda la tristeza no iba a ser tan devastadora al duro golpe que le supuso terminar con Malfoy en aquella cafetería muggle, iba a tardar años en superarlo de forma definitiva.

Que iba a tener que sacarlo del todo de su vida durante un tiempo largo de verdad, sin tener contacto alguno con él, si quería tener alguna posibilidad de conseguir construir una vida sin él.

Una cuenta atrás de la que era consciente, invisible y sin números, pero que resonaba haciendo tic tac al mismo ritmo que le latía corazón cada vez que lo veía en casa de Andromeda. Un tic tac que sólo anunciaba que cada vez le quedaba menos tiempo, que le daba el margen justo y necesario para prepararse para el inevitable golpe. Sólo quedaba saber quién iba a sacrificarse primero y asestar el mazazo que los destrozaría a ambos en esta ocasión. Tras haber sido el único en intentar poner límites y el último en habérselos saltado, Harry no estaba, precisamente, deseándolo.

Durante las siguientes semanas todo siguió con normalidad, al menos para quienes podían observarlos desde fuera. La fiesta de pijamas entre los tres niños fue un éxito tan rotundo que el propio Ron insinuó que podía apuntarse a la siguiente con Rose cuando Teddy le dijo que Harry había aprobado la posibilidad de repetir, aunque en realidad sólo se había encogido de hombros. Nadie notó que algo hubiese cambiado entre Malfoy y él cuando coincidían en algún espacio público y se saludaban con la naturalidad de la cortesía, disimulando la rigidez de sus expresiones. Tampoco Andromeda, cuando Malfoy apareció unos pocos días después de la fiesta de pijamas en el salón de su tía, tomando el té, y se levantó al llegar Harry y Teddy, que se abalanzó sobre los brazos de su tío, encantado de verlo por primera vez desde que había desayunado con él en Grimmauld Place.

Malfoy siguió acompañándolo fuera de los límites para la Aparición de la casa de Andromeda, pero sus conversaciones ahora estaban repletas de silencios. A veces, Harry lo atrapaba contemplándolo con anhelo y tristeza, pero la mayor parte del tiempo Malfoy permanecía con la mirada perdida en el horizonte y un gesto de contrariedad en la mandíbula. Harry bajaba la cabeza cuando este se sumía en sus pensamientos, hundiéndose en el lodazal de los suyos. Sólo hablar de Scorpius o James los sacaba de aquel mutismo rutinario de su compañía silenciosa, dándole una fugaz chispa de vivacidad a los escasos minutos que pasaban juntos.

Ninguno hizo referencia a lo ocurrido en Grimmauld Place durante la fiesta de pijamas.

Los días pasaron y Harry, menos ducho en disimular sus emociones que Malfoy, empezó a quebrarse cuando se encontraron con este y su familia en Gringotts. Harry acompañaba a Hermione y Ron y a la pequeña Rose, que iba dormida en el carrito que él mismo empujaba. Fue natural detenerse a hablar: si el hospital había sido una simiente de la incipiente simpatía entre Hermione y Astoria y la tolerancia de Ron hacia los Malfoy, el Yule había terminado de afianzarlo. Harry no veía probable que fuesen a forjar una amistad íntima jamás, pero sin duda no había la esperable hostilidad dados los antecedentes de todos ellos.

La charla versó, por supuesto, acerca de los pequeños, salpicada de preguntas a Harry por James. Este se distrajo en un par de ocasiones observando a Malfoy, las mismas que este le había devuelto la mirada con un anhelo similar. Cuando se volvió hacia Astoria para contestar a algo que esta le había dicho, los ojos de la chica estaban teñidos de compasión, probablemente porque era la única, además de ellos dos, que sabía lo ocurrido.

Tras despedirse de ellos y continuar su camino, Ron lo miró con los ojos entornados, suspicaz, pero fue Hermione quien preguntó. Harry negó con la cabeza y les pidió un poco más de tiempo. Todavía no estaba preparado para abordar el tema consigo mismo, mucho menos con ellos. Se lo diría, esta vez no lo guardaría en secreto, en cuanto Malfoy y él mantuviesen la única conversación que les restaba por afrontar.

Grulla de papel [Drarry]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora