Años después

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—¡Papá, Teddy ha vuelto a hacerlo! —Harry se volvió hacia su hijo James, que caminaba enfurecido por el pasillo del castillo, escoltado por Rose y Scorpius. Tanto ellos como el resto de sus compañeros y compañeras eran distinguibles de los estudiantes adolescentes de Hogwarts con facilidad, no sólo por la escasa estatura, también porque no llevaban el tradicional uniforme. No tendrían derecho a vestirlo hasta que cumpliesen once años y pasasen por la ceremonia de selección.

—¿Te ha ignorado mientras estaba con sus compañeros? —adivinó Harry, que sabía que esa había sido la fuente principal de conflicto entre ambos durante el curso.

—¡Sí! Dijo que nos perdiésemos de vista un rato. —Harry suspiró. Iba a tener que hablar con su ahijado de nuevo y, además, explicarle a James que, por unidos que estuviesen, Teddy estaba entrando en una etapa difícil y que convenía ser paciente.

—¿Quieres que lo invitemos a cenar? La directora no nos pondrá ningún impedimento y...

—¡No! —dijo James, enfurruñado—. Déjalo que vaya con sus amigos —añadió, impostando en su voz un tono de burla al decir la última frase que no le salió demasiado bien.

—Entonces, venga. A clase. —Observó a James, Scorpius y Rose entrar en el aula y luego sacó una grulla de papel del bolsillo interior de su túnica de profesor. Escribió apresuradamente a Draco para que trajese consigo a Teddy a casa al terminar las clases y luego entró también en la clase, listo para afrontar la segunda mitad de la jornada.

Hogwarts había dejado de ser un internado para adolescentes. Mejor dicho, era algo más que eso. La propuesta inicial había partido de McGonagall, pero Hermione había sido quien había trabajado durante tres años hasta conseguir hacerlo realidad. Cuando la directora se enteró de que Harry trabajaba impartiendo clases en un colegio muggle, no tardó en extenderle una oferta de trabajo. Harry, ignorando las burlas de Draco acerca de quién era el favorito de la antigua jefa de Gryffindor, le había explicado que su formación se centraba en trabajar materias muggles con niños de hasta doce años y que no se había planteado especializarse en la teoría mágica necesaria para impartir clases de las asignaturas del colegio.

«Señor Potter, lo que le estoy proponiendo es que dé esa formación muggle aquí, en Hogwarts», había contestado la directora, mirándolo por encima de sus gafas.

Había costado mucho trabajo convencer primero al Ministerio de Magia y luego aplicar la magia necesaria al castillo para que Hogwarts fuese visible a los menores de once años y que estos pudiesen entrar en él. Después, organizar toda una red de chimeneas en una enorme aula del castillo para facilitar que pudiesen acudir a clase a diario sin necesidad de utilizar el Expreso ni pernoctar a una edad tan temprana. Hermione se había preguntado qué hacer con los niños de sangre muggle y, cuando Harry le había hecho notar que ellos ya estaban recibiendo esa educación básica, había arrugado el gesto de su cara en desacuerdo.

«Pero estos niños y niñas están forjando vínculos de amistad. Cuando lleguen, con once años, habrá muchos grupos sociales creados. Se trata de que se mezclen, no de que vuelvan a separarse».

Todavía estaba en ello. Este mismo curso habían empezado varios alumnos de sangre muggle, de la edad de James, Scorpius y Rose, a modo de prueba piloto. La visión de sus caritas asombradas ante la magia que pronto podrían aprender compensaba cualquier quebradero de cabeza acerca del Estatuto del Secreto Mágico que pudieran estar teniendo en el ministerio.

Grulla de papel [Drarry]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora