Capítulo diecinueve

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—¿Te acuerdas de lo que pasó en diciembre? —Harry palideció. Por supuesto que lo recordaba, tan bien como Ginny. Y, sin necesidad de que ella añadiese nada más, su mente había rememorado con claridad el momento en el que no había realizado hechizo protector alguno, acostumbrado a que fuese Malfoy quien se encargaba de esa parte.

Las piernas le fallaron y, mareado, se había tenido que sentar en el borde de la cama. Había tardado casi dos minutos en conseguir controlar el temblor de sus manos y encontrar un hilo de voz lo suficientemente potente para responder.

—Oh... Joder...

Las ansiadas notas de sus exámenes, aprobados a excepción del que rendía el día que se encontró con Malfoy, no pudieron importarle menos aquel cuatrimestre. Lo único que podía sentir era el vértigo y el miedo que le atenazaban el estómago de Harry. Las primeras horas, aturdido, sólo atinó a preguntarle a Ginny qué deseaba hacer y, cuando ella dijo que deseaba seguir adelante con él, en coherencia con los principios que su familia le había inculcado, había asentido, admitiendo que no sabía bien qué debía hacer a partir de ese momento, pero que estaba dispuesto a averiguarlo.

—Sin preguntarle a Hermione, a ser posible —dijo, en un atisbo de humor negro que hizo sonreír a Ginny lo suficiente para aliviar un ápice el miedo de Harry.

—En cualquier caso, tenemos que decírselo.

—Oh... Joder... —La familia Weasley podía presumir de ser poco conservadora con respecto a la de Malfoy y sus consideraciones hacia las tradiciones mágicas y el linaje, pero la recua de Weasley que poblaba aún La Madriguera probaba que no habían decidido cambiar algunas de sus ideas en otros ámbitos.

Por eso, el primer escollo había sido una bienintencionada Molly, que decidió por su cuenta que ambos volvían a ser pareja e iban a casarse a la mayor prontitud posible. Cuando Ginny señaló la obviedad, colándola entre lamentos de la mujer acerca de lo jóvenes que habían contraído matrimonio ella y Arthur y por qué no era necesario seguir sus pasos, se quedó bloqueada. Para sorpresa de Harry, no sólo Hermione y Ron se habían puesto de su parte: el resto de hermanos, con Bill a la cabeza, habían defendido vehemente la decisión de Ginny y Harry de asumir lo que había sucedido sin necesidad de establecer ningún vínculo legal entre ellos más allá de los estrictamente necesarios para el bien de la criatura.

—Yo siempre he anhelado tener una familia. Harry también. No es como lo habríamos preferido ninguno de los dos y no nos habíamos planteado que sucediese algo así, pero no vamos a jugar a las casitas —había dicho Ginny. Harry, flanqueándola, le había apretado el hombro, agradecido porque su amiga no considerase un error lo sucedido entre ellos.

—Lo que quieren decir, mamá, es que ninguno de los dos planea volver a tener una relación capaz de engendrar hijos en la vida, así que tienen que aprovechar la oportunidad —se había burlado George.

—La bisexualidad existe, ¿sabes? —Un minuto después, Bill había tenido que sacar a su hermano de la cocina, afectado por un conjuro de Mocomurciélagos especialmente malicioso.

—Tienes suerte de que haya un rompedor de maldiciones en esta casa, pero me temo que remedios contra ser un bocazas impenitente no tengo —escuchó Harry que decía antes de abandonar la sala.

Audrey y Fleur les dieron la enhorabuena, acompañada por parte de esta última de una retahíla de consejos que Harry no fue capaz de registrar. Los siguientes meses le resultaron insuficientes, a pesar de que no había leído más libros en su vida que entonces, ni siquiera al empezar la universidad, para buscar toda la información posible acerca de cómo prepararse para lo que se avecinaba. Fue Hermione quien tuvo que detener su ansiedad, una tarde en Grimmauld Place, obligándolo a detenerse un momento y mirarla a los ojos.

Grulla de papel [Drarry]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora