PERSEA FORKS - Una resolución o no

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PERSONA OMNISCIENTE

Atravesando las aguas del río Aqueronte, el inframundo y más allá del río Lete, se decía que los dioses descansaban en estas praderas libres de pecado, maldad y deseos terrenales. En este lugar de paz no se conocía la muerte; pero, a pesar de la condición eterna de la estancia de las almas en los Campos Elíseos, algunos mitos incluyen la oportunidad de regresar al mundo de los vivos, cosa que no muchos hacían. Se decía que los únicos capaces de enviar a los mortales a estos campos eran los dioses, o bien uno de ellos, Hypnos y Tánatos, siempre y cuando fueran de la mano con el permiso de Hades, aunque sinceramente a Hades le importaba muy poco si un alma salía de un lugar tan aburrido como los campos, pero no podía deshacerse de ellos porque era un impulso de sufrimiento para todos las almas que yacían en la llama del inframundo.

El río Lete y sus últimas aguas se transformaban cada vez menos densas y más claras, de pronto parecía que la oscuridad del inframundo no era más que una lejanía en el barco que llevaba a Nico al camino de los Campos Elíseos, eso significaba que estaba cada vez más cerca de encontrar la respuesta que estaba buscando.

Y aunque era el príncipe del Inframundo, Nico jamás le gusto lo pacífico del campo Elíseo, el ambiente tan embriagante y sonso de los que ahí vivían, pero tampoco le agradaba los quejidos de los condenados en el inframundo. Simplemente no le gustaba el inframundo en ninguna de sus facetas.

El barco se detuvo en el atraque de la costa del Campo Elíseo, donde grandes muros se alzaban frente a él y rodeaban por completo el lugar, ahí había luz, casi tan cálida como el día, mientras que todo a su alrededor eran aguas claras.

Tomó la cuerda del barco y la dejó sobre un pilar de atraque de los campos, bajo de ahí y camino,  a la vista no había ninguna alma, pero tan solo eras capaz de acercarte un poco a los muros y empezabas a escuchar a la lejanía risas y voces, una multitud feliz, los olores empezaban a embriagarte, cuando sentías el estofado recién hecho o la carne recién asada y de pronto la alegría de los campos, te inundaba casi al instante.

Y en un abrir y cerrar de ojos lo que parecía una pared que separaba lo visto de lo no, te encontrabas con personas riendo y caminando, en vestidos veraniegos, con la luz resplandeciente sobre ellos y casas hechas sencillamente para vivir cómodamente.

— Hey, Albert, ¿has escuchado eso? —eran felices en un lugar donde tenían todas las comodidades, muchos descansaban de un pasado.

Desde los bienaventurados en acciones simples durante su vida, como los grandes héroes que vivían sobre las montañas del campo y disfrutaban de su descanso en paz.

Todos vivían sin preocupaciones, todos parecían tener paz finalmente después de una vida en la tierra, sin necesidad de muchas cosas vanas y terrenales. Las almas que descansaban en los campos Elíseos eran personas dichosas sin duda.

Pero para el príncipe del inframundo, verlas de esa forma y sentir el empalagoso sentir de la felicidad, le resultaba detestable, no soportaba tanta felicidad, no era capaz de canalizar con tanta facilidad.

— Ey muchacho, ten cuidado con esos estofados —el olor de asado atrapó la atención del príncipe, tal vez porque de alguna manera extraña el calor del fuego le hacía recordar meramente el inframundo, mientras las almas se encargaban de disfrutar de la comida.

Cada uno metido en su mundo, casi como si no les importará que una deidad mitad humana estuviera entre ellos. Realmente no les importaba.

El joven Di Angelo siguió su camino, pues sabía bien donde estaba y hacia donde iría, sabía que en la colina que estaba por subir, cruzando la cascada, encontraría a una pequeña cabaña, sencilla y junto a un pequeño riachuelo, donde vivía una mujer extrañamente solitaria, que prefería un arco, flechas y una diana a pasar tiempo con las demás almas.

PERSEA FORKS © - El Campamento MestizoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora