3| La caída de conocerte

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—Te tengo una sorpresa

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—Te tengo una sorpresa.— Entré a la habitación de mi abuelo.

—Sorpresa, chico, tú siempre sueles sorprenderme cada vez que me visitas.

Reí mientras tomaba el banco de plástico de la esquina de la habitación. Mi abuelo estaba recostado en su camilla, lo encontré leyendo el periódico. Lo hace en cada mañana de cada día, suele estar horas viendo y leyendo cada detalle de cada noticia. Luego, pasa otras cuantas horas resolviendo los sudokus de cada uno de los periódicos, los recorta, y luego no sé dónde los guarda, pero sé que lo hace. No puede salir mucho al jardín, así que me tranquiliza saber que puede distraerse y no aburrirse demasiado.

Ignoré como le costaba hoy un poco más sostener el periódico, y la de veces que descansaba para después volver a tomarlo y seguir con su lectura.

—No quiero que exageres con esto, ¿Bien? Digo... es algo que has estado esperando, pero tampoco quiero que te enfermes por esto, solo relájate y escúchame.

Mi abuelo me miró confundido.

—Por favor solo dime que no te esposaron otra vez.

—¡Hey! Sabes que ese día no fue mi culpa, la primera sí, pero es que la anciana... ¡Ella simplemente estaba golpeándome con su bolso!

—Solo debiste alejarte.

Resoplé haciendo mi cabello hacia atrás.

—Lo que sea, mira...— Saqué de mi bolsón una playera que hace poco la directora me había entregado. En ella, estaba el logo de la universidad.

Sabía que mi abuelo haría esa cara de sorpresa cuando la viera. No puede tener emociones tan fuertes, su corazón es muy débil, pero ahí estaba, teniendo la mejor expresión que jamás había hecho. Se había quedado sin palabras, sus ojos cristalinos se habían hecho presentes, y yo solo quería que este sentimiento acabara de una vez por todas, así que volví a guardar la playera.

—Trabajaré en la cocina de la universidad, y me darán el suficiente dinero para pagar tu nuevo tratamiento. Estudiaré y trabajaré, los horarios que me mandaron suenan agotadores, pero están bien a comparación de los horarios que tenía.— Sonreí.— tal vez la vida se está poniendo de nuestro lado esta vez.— sostuve su mano.— Mejorarás, abuelo, y te sacaré de estas cuatro paredes blancas.

Le había sacado una mínima risa pequeña mientras se secaba sus lágrimas. Trataba de ocultarlo, no era muy bueno en hacerlo.

—Alguien de la familia tendrá un título sin haber manchar sus antecedentes penales.

Reí a carcajadas.

—Tus chistes de la familia disfuncional cada vez son más buenos.

—He estado practicando, aunque estas personas aburridas son muy serias.

—Cualquier cosa es ofensa para todo.

—Ya lo creo.— sonreímos. Él presionó un poco más nuestro agarre, sus fuerzas eran muy pocas, pero lo intentaba y eso me ponía feliz.— Felicidades, Demian, es un buen camino que te puede ayudar a obtener muchas posibilidades, verás que, con el tiempo, nuestro apellido sonará de una mejor manera.

En sinfonías distintasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora