6| MARK Y FREDY

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Quité el sudor de mi frente mientras buscaba mi botella de agua

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Quité el sudor de mi frente mientras buscaba mi botella de agua. La sala de boxeo comenzaba a vaciarse. Miré la hora en mi reloj; ya eran más de las ocho. A esta hora, solo estoy yo y mi sudor boxeando, pero me gusta más de esta forma: estar solo con la música de mis audífonos al máximo y prestando atención al saco de boxeo. Lo de boxear no lo hago todos los días porque no me da tiempo con lo de ser comandante, pero trato de hacerlo cada semana. Me ayuda a relajarme y no pensar en muchas cosas.

Tomé un sorbo de agua y volví a colocarme los guantes. El sonido de la música retumbaba en mis oídos, una mezcla de beats intensos que se sincronizaban con los latidos de mi corazón. Me acerqué al saco de boxeo, flexionando los músculos, sintiendo la tensión en cada fibra de mi cuerpo. Era una sensación que me hacía sentir vivo, conectado.

Lancé un jab rápido, sintiendo el impacto reverberar a través de mis brazos. Mi respiración se aceleraba, cada golpe era un alivio, una liberación de todo el estrés acumulado. Seguí con un gancho de derecha, girando la cadera para darle más fuerza. El saco se balanceó violentamente, pero yo mantenía el ritmo, golpe tras golpe.

Mi camiseta estaba empapada de sudor, pegándose a mi piel. Podía sentir los músculos de mi torso tensarse y relajarse con cada movimiento. Mis bíceps se hinchaban bajo el esfuerzo, y la sensación de poder en cada golpe me mantenía enfocado. Mis piernas se movían con agilidad, pasos cortos y precisos, manteniéndome en constante movimiento alrededor del saco.

El sudor resbalaba por mi rostro, y mis ojos se concentraban en un punto fijo del saco, como si fuera un enemigo al que debía derrotar. Cada vez que mis puños chocaban contra la superficie de cuero, sentía una ola de satisfacción. Era más que un ejercicio físico; era un duelo mental, una prueba de mi propia resistencia y determinación.

Mis movimientos se volvieron más rápidos y fluidos. El cansancio se acumulaba en mis músculos, pero seguía adelante, empujándome más allá de mis límites. Cada gota de sudor que caía al suelo era un testimonio de mi esfuerzo.

Finalmente, agotado pero satisfecho, me detuve. Quité los guantes y dejé caer los brazos a los costados, sintiendo el peso del cansancio. El sudor goteaba de mi barbilla, y mi pecho seguía subiendo y bajando con rapidez. Pero había algo en esa fatiga que me hacía sentir bien, una especie de paz que solo encontraba en esos momentos.

—Fredy, ¿tienes por ahí los vendajes?— miré a Darwin buscar en su mochila sus cosas. Lo miraba estresado por no encontrar lo que buscaba. Me quité mis audífonos.

Negué.

—Aunque los vi por última vez donde las pesas.

Suspiró.

—Creo que los perdí.

—Eso te pasa por no guardarlos después de haberlos usado.

Darwin y yo nos hicimos más amigos, volviendo a nuestra rutina diaria como compañeros de boxeo. Nos damos unos cuantos golpes de vez en cuando. Siempre gano; la verdad es que soy el mejor y no me canso de decirlo. Darwin es bastante malo, así que le he estado enseñando algunos trucos desde entonces.

En sinfonías distintasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora