Capitulo 4

67 5 20
                                    

Cuartel General
Ciudad Central

   Frente a su escritorio se encontraba un niño muy conocido para él. Ojos grandes y dorados, cabello largo como el oro atado ordenadamente en una trenza. De tez tersa y clara destacaba aun más por su vestimenta negra. Su cuerpo era cubierto por ése abrigo rojo que era tan característico en él. Hacía tiempo que no lo usaba. Lo recordaba a la perfección. Justo como cuando había entrado a formar parte de los alquimistas estatales hacían casi 6 años.

   - Deberás usar el uniforme ahora, Acero.

   Ed odiaba a ése hombre. Lo odiaba con todo su ser después de haber sido engañado, manipulado y obligado a obedecerlo en lo que se le ponía en su cabeza depravada. Era una desgracia volver a tener tratos con ése  bastardo.
" ¿ Uniforme había dicho ? ".

   El hombre vió la cara de desagrado del niño que tenía enfrente. Esperó su reacción con una sonrisa complaciente. Le agradaba ver cómo siendo tan pequeño y tener ésa apariencia fragil podía ser un verdadero dolor de cabeza. Éso le divertía.

   - ¿ Te ríes de mi, desgraciado ?
  
   Claro que lo divertía.
   - Solo te digo que estás obligado a usar el uniforme. Pero si no quieres sábes cómo saltarte ésa regla.

   Edward no podía creer que se lo dijera. Era un enfermo.

   - No podrás chantajearme con nada ahora, pervertido.

   El niño hablaba sin ningún tapujo. Estaba distinto. Tal vez porque si en apariencia parecía un prepuber realmente en su mente ya había madurado.
   - No te haré nada Acero. Te tomarán las medidas para tu uniforme. No existe una talla para ti..ja..ja..ja..ja..
   - ¡¿ ME ESTÁS LLAMANDO ENANO , PEDAZO DE MIERDA?!

   Cómo tenía ganas de partirle la cara a ése desgraciado, se decía Ed. Se burlaba de él como lo había hecho siempre el muy maldito.

   Un golpe en la puerta los puso a ámbos alertas. El chico cerró la boca y el hombre tomó una actitud seria.
   - Adelante.- autorizó el pelinegro.

   Se abrií la puerta entonces para dejar entrar a la Teniente Hawkeye. Despues de dar su saludo miró a ámbos sopesando los ánimos.
   - Vengo por el Alquimista de Acero, Señor
   - Ah...sí. Las medidas.

   "Mierda. Sí estaba hablando en serio".

   - Puedes retirarte Acero.
   Simplemente el hombre volvió a sus papeles y Riza se giró a mirar al niño que no podía ocultar su enojo.
   - Vámos.- le dijo entonces, para que lo siguiera.

   Con la humillación a flor de piel el niño de trenza no pudo más que salir con la mujer.
   Después de caminar por los pasillos unos minutos, la joven le dedicó una mirada a su acompañante.

   - ¿ Estás bién Edward ?
   - Sí. Odio el estúpido uniforme.
   Ella sonrió notando lo incómodo que se escuchaba el niño.
   - Te acostumbrarás.
   - Naaaa...
   No había nada que pudiera hacer.

   Tercer día en la milicia y recibió el maldito uniforme. Su hermano estaba mirándolo fascinado.

   - Te queda muy bién, hermano.- dijo con una sonrisita extraña.
   Era un traje incómodo desde la chaqueta hasta las estúpidas botas. Rogaba que no le hicieran cortar el cabello o si no echaría abajo todo el cuartel. Espera, pensó, Mustang podría aprovecharse de éso.
   - ¿ Estás bién , hermano ?- la voz de Al lo trajo a la realidad.
   Se había puesto nervioso. Si ése bastardo usaba su pelo para chantajearlo se lo cortaría sin chistar.

   El adolescente menor miraba a su hermano. Consideraba que el uniforme azul hacía ver al niño como un muñeco. Esperaba que los hombres del cuartel no lo vieran igual o él sufriría más burlas de las que había recibido cuando era alquimista estatal y se paseaba por los recintos con su ropa negra extravagante y su menos llamativo abrigo rojo.
   Siempre escuchó los susurros malintencionados que seguían los pasos de su hermano cuando él era una armadura. Nunca se los habían mencionado al niño por temor a que éste se sintiera cohibido y perdiera su entusiasmo y maravillosa personalidad. Ahora él tenía su cuerpo y si bien habían dejado que lo acompañara a los lugares que habitualmente solo estaban autorizados los militares su hermano le dijo que no entrara a las dependencias y que solo lo esperara afuera o en la biblioteca. Que era por su seguridad. No lo entendía muy bien pero decidió no contradecirlo. Por lo menos en ésos días él no había reseteado su memoria y no despertaba confundido por su estatura.

ResilienciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora