Capitulo 30

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   Dos días después.

   - ¿Por qué quieres ir? - Mustang había recibido al pequeño alquimista porque seguía insistiendo sobre querer volver a Lior con su hermano.

   Estaban a un día de los ascensos y él no podía acompañarlo, aunque el niño insistía en ir pronto, ya que tenía que averiguar algo antes de que fueran al Norte.

   - Te lo dije mil veces.

   Ed no estaba tranquilo. No le gustaba estar frente al hombre. Tenía las manos sudadas y tenía que concentrarse para que su corazón desbocado no le hiciera hablar con dificultad. "Maldición", se dijo. Sentía un miedo irracional con solo tenerlo enfrente, ni siquiera tener a la Teniente en la misma habitación lograba que el ataque de pánico se le pasara.

   - Mañana es la ceremonia, Acero.

   - ¿Crées que me importa? ¿Ver la cara de todos los hipócritas? Solo debe haber unos cuantos que sí se merecen su nuevo nombramiento.

   - ¿Cuándo dejarás de ser tan altanero?

   - Cuando dejes de ser un imbécil y dejes de fastidiarme.

   Riza estaba realmente incómoda. La guerra de miradas que se daban ésos dos podía amedrentar a cualquiera.

   - ¿Qué tal si no te doy autorización?

   - Me iría de todas formas.

   - Puedo encerrarte hasta el día que tengamos que ir al Norte.

   - Entonces no iría. No pueden obligarme.

   - Sí podemos, Acero. Ése es tu problema. No asumes que eres un Alquimista Estatal.

   Edward apretó los puños pero no bajó la vista.

   - No tengo ningún interés en seguir siéndolo.

   - Pero lo eres y pueden enviarte a prisión.

   Entonces el pequeño uniformado se acercó a pasos largos hasta posar sus manos en el escritorio del Coronel.

    Riza se puso alerta.

   - Viste lo que puedo hacer, ¿verdad? Nada ni NADIE me mantendrá encerrado ahora, Mustang.

   Su mirada fiera, tan encendida como el sol, brillaba furiosa, posada en sus ojos. El Coronel sí entendió su nueva alquimia y obviamente sabía que no debía tenerlo de enemigo, pero también estaba claro en que el niño en cualquier momento sería vulnerable por culpa de su mente confusa.

   - De acuerdo. Te daré dos días, ni uno más.

   La Teniente pudo relajar un poco sus musculos y apartó  la mano que ya tenía cerca de su arma. Tenía sentimientos encontrados al tratar de visualizar sus propias reacciones frente a esos dos. En una situación extrema ¿ a quién realmente apoyaría al final?

   Retrocediendo un paso, Ed quiso saber algo más.

   - ¿ Te hiciste cargo del maldito degenerado ése ?

   - Está resuelto, Acero. Pierde cuidado.

   Ed supuso que el Coronel había hecho algo ya que los oficiales ya no actuaban raro cuando él pasaba por los pasillos y por lo menos también guardaban silencio en su presencia. Algo bueno había salido del mal rato pasado.

   - Puedes irte.

    Mustang, al ver que los ojos dorados se achicaban, algo inquisitivos, dejó de mirarlo y prestó atención a sus papeles pero luego, antes de que el pequeño alquimista llegara a la puerta, le habló nuevamente pendiente de su reacción.

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