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– Teniente Oldenburg.

La pelirroja alzó la cabeza para enfocarse en la persona que se había metido en su oficina. Eugene Fitzherbert le mostró una amplia sonrisa mientras ajustaba la placa que se encontraba en su cinturón, el detective se dejó caer en la silla frente a su amiga y la miró con los ojos entrecerrados.

– ¿Ya terminaste tus reportes? Porque sabes cómo es el capitán – recordó Anna dejando a un lado la pluma – y no quiero perder tiempo con-

– Calma roja, todo está perfecto y entregado como debe ser.

Anna Oldenburg había sido detective en el departamento de policía de Nueva York y Eugene era su compañero desde que aceptó aquel trabajo. Adoraba pasar horas leyendo y releyendo archivos para resolver un caso extraño, perseguir criminales o sospechosos, la sensación de peligro cada vez que entraba a una escena de crimen y, ahora, se encontraba detrás de un escritorio y se la pasaba de una reunión a la otra porque era madre y no podía arriesgar su vida tanto como quisiera.

Eugene le sonrió, sabiendo que la pelirroja estaba odiando tanto pasarse horas detrás de una pantalla mientras se aseguraba que su escuadrón cumpliera al pie de la letra la ley y sus órdenes. Pero Eugene estaba en ese lugar y Anna no podía estar más agradecida por eso.

– ¿Todo en orden? Porque pareces... cansada.

Anna se estiró, quitándose las gafas y pasó sus manos por su rostro para intentar quitarse el cansancio que venía molestando desde temprano.

– Heidi no me dejó dormir – respondió con un suspiro –, no sé qué cosa vio pero estuvo toda la noche con pesadillas.

– ¿Y por qué no te tomaste el día para descansar?

– Porque estoy bien, Eugene.

No lo estaba, quería terminar con el trabajo e irse directo a la cama para recuperar sus horas de sueño. Pero no podía decirle eso al detective, por más que él ya lo supiera, y solo le dedicó una media sonrisa.

– Si no tienes nada más que decirme, te pediré que te retires para que pueda seguir con esto – habló Anna.

Una vez que Eugene abandonó su oficina, la teniente pudo dejar caer la cabeza sobre el escritorio y suspirar. A veces era difícil encontrar un punto de equilibrio entre su hija y su trabajo, sobre todo ahora que estaba ella sola. Su ex pareja, Hans, estaba en la otra punta del país y Anna estaba agradecida por eso, no podría soportar verlo todos los días en el departamento.

« Fue lo mejor, lo hiciste por Heidi.» pensó masajeando su sien.

Al principio, Hans era todo un caballero y durante el embarazo lo fue más, pero cuando Heidi cumplió dos años... algo cambió para mal y Anna tuvo que ponerle un alto al hombre. Incluso descubrió que su pareja había estado pagándole a otros oficiales para que lo cubrieran todas esas veces en que el pelirrojo había abusado de su poder con mujeres arrestadas. Anna quedó asqueada cuando escuchó a una mujer confesando. Por suerte, su capitán pidió el traslado inmediato de Hans y ahora ella podía estar más tranquila con su hija, la cual parecía haberse olvidado de su padre por completo.

Volvió a colocarse los lentes y siguió leyendo cada informe que su escuadrón hizo, no tenía otra cosa más que hacer. Los envidiaba un poco, de verdad extrañaba poder correr por las calles de Nueva York gritando a algún sospechoso que se detuviera o estar en medio de una persecución. Masajeó su sien cuando terminó el quinto informe y sabía que estaba estancada, no había ningún avance en la investigación con respecto a un depósito de armas ilegales y venta de personas. Anna estaba segura que, de ser detective, tendría más avances. Pero Eugene parecía intentar hacer algo más que pasarse horas vigilando un viejo contenedor abandonado en el muelle o un club nocturno. Quería reunirlos a todos y gritarles que hicieran algo más, que buscaran a alguien para sacar información o metieran a un infiltrado, algo que pudiera hacerla sentir orgullosa y no tener a sus superiores presionándola en cada reunión.

DAYLIGHT | ElsannaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora