» diecisiete

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Anna dio un último sorbo a su café y lo arrojó en la basura antes de caminar hacia el oficial Pride.

– Detective Oldenburg – saludó Woody –, creo que sabe la razón del porqué-

– ¿Podemos ahorrarnos todo e ir directo a ver a la víctima? – pidió.

Woody lo aceptó, Anna no estaba del mejor humor y él no deseaba recibir algún comentario sarcástico o un grito de su parte. Por eso prefirió guiarla por el pasillo de aquel viejo edificio sumido en un estado deplorable. La penumbra reinaba, apenas interrumpida por la luz tenue y amarillenta que se filtraba de bombillas parpadeantes. El ambiente estaba cargado de un aire pesado, impregnado con un olor a humedad, moho y una sutil pero inconfundible emanación de putrefacción. Las paredes desconchadas y manchadas, cubiertas con capas de polvo y suciedad acumulada, parecían absorber la luz, otorgando al lugar una sensación aún más lúgubre.

Anna se detuvo cuando vio a Eugene hablando con dos oficiales en lo que era la puerta del departamento de la víctima.

– ¿Mala noche? – preguntó Eugene al verla.

– Preferiría hablar de eso en otro momento, gracias – Anna tomó la linterna que Woody le entregó –. ¿Dijeron algo

– No mucho, los vecinos recién ahora se empezaron a dar cuenta del olor a muerto – explicó el castaño abriendo la puerta.

Anna fue la primera en atravesarla, siendo envuelta por la oscuridad del lugar. El departamento parecía haber sido abandonado, ni siquiera había luz allí. La pelirroja movió varias veces el interruptor y terminó encendiendo la linterna.

El olor a putrefacción invadió de inmediato sus sentidos, una mezcla penetrante de humedad, descomposición y algo más que no lograba describir causó que Anna instintivamente se cubriera la nariz con la mano, intentando ignorar el ácido de bilis que subió de repente por su garganta.

– Ugh, ¿Cómo es que nadie se dio cuenta que estaba muerto? – Se giró para ver al castaño cubrirse con su corbata.

– Quizás porque nunca salía – sugirió iluminando un estante repleto de comida enlatada –, de seguro era un ermitaño.

Con pasos cautelosos, Anna avanzó hacia el rincón más sombrío de la habitación. La víctima, obesa y con el rostro distorsionado por la agonía, yacía inerte sobre una mesa, rodeada de una cantidad exagerada de comida en descomposición. Anna no quería juzgar de más, pero se sorprendió que aquella silla siguiera soportando todo el peso del muerto, aunque parecía estar a nada de ceder. El hedor acre se intensificó a medida que se acercaba, deseaba tanto vomitar.

Toda la habitación estaba decorada de una manera grotesca; alrededor del cuerpo había varios platos vacíos de comida, cajas de comida rápida y botellas vacías de alcohol, todo esparcido de una forma... peculiar.

– ¿Dijeron que fue un accidente? – cuestionó Anna tomando una lata de comida – Es decir... se ve como uno.

– Un paro cardíaco – contestó Eugene –, el corazón de este tipo debe tener el tamaño de un jamón enlatado.

– Eugene – riñó Anna.

– ¡Sólo digo! – se defendió alumbrando una mesa con restos de comida y gusanos – Mira este lugar, roja, es un asco.

– Si, bueno, ¿qué esperabas? – respondió Anna, desviando su atención brevemente hacia él antes de enfocarse en el cuerpo sin vida. Con cuidado iluminó la espalda del difunto, buscando algún detalle fuera de lo común, y luego dirigió la linterna hacia el suelo, agachándose para examinar la parte inferior – Mira esto... Atado con alambre de púas – habló señalando con la linterna ambas partes.

DAYLIGHT | ElsannaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora