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Fue una larga e incómoda noche para la detective, no por la presencia de la platinada sino porque su cabeza no dejaba de repetir cada centímetro de aquel rostro tan cerca del suyo y las apenas visibles pecas que esta poseía. Era molesto abrir los ojos en el momento en que estaba por besarla, también se sentía incómoda gracias a la sensación en su entrepierna. Por dios, su cabeza solo la estaba volviendo loca al repetir aquella imagen que se volvió el cuerpo entero de la platino con su pijama. Se cubrió el rostro con un almohadón y ahogó un grito, al menos Elsa debía estar durmiendo tranquila en su cama... O eso quería creer, dudaba que la residente se diera cuenta de sus nervios por besarla, sería a la primera mujer que besaría.

Buscó su teléfono para ver la hora: 5:57 AM.

¿Por qué no se sentía cansada? Apenas y logró dormir diez minutos. Se quitó todo rastro de sueño cuando escuchó la puerta corrediza del balcón abrirse, Elsa estaba parada allí con una taza y su perfecta sonrisa. Anna rogaba que no la hubiera visto babeando en la noche o que su cabello no fuera un nido de pájaros.

– Buenos días detective – sonrió Elsa, su voz había sonado tan suave que Anna terminó sonriendo –. Hice café.

– Gracias.

Hans dejó de hacerle el desayuno cuando comenzaron los problemas, pero que Elsa hiciera café y le estuviera sonriendo era perfecto. Se estiró de camino a la cocina, podía sentir la mirada de la médica sobre ella y le causó un escalofrío pero fue un bueno, aquel que también causó cierto orgullo por saber que la otra chica no lograba despegar sus ojos de sus piernas.

Después de servir el café, Anna regresó a la sala donde Elsa estaba disfrutando del tranquilo ambiente del balcón de su departamento en Nueva York. Los primeros rayos del sol acariciaban el perfil de la otra chica, creando un halo dorado a su alrededor. Elsa estaba absorta en la vista de la ciudad que despertaba lentamente.

Anna se acercó en silencio, no queriendo interrumpir ese momento de serenidad. Observó a Elsa durante unos instantes, maravillándose con simples gestos que aquella mujer realizaba. Luego, con cuidado de no romper la paz que la rodeaba, se sentó en el otro sillón que había en su balcón, disfrutando del aire fresco y la quietud de la mañana en Nueva York.

– Es muy temprano – observó Anna.

– Lo sé, pero siempre me ha gustado ver el amanecer – confesó Elsa llevándose la taza a los labios –. Además envidio un poco la vista que tienes, es perfecta.

Anna se tragó las palabras que deseaba decirle, responder que ella era perfecta pero sería quedar como una adolescente embobada y prefirió seguir bebiendo su café.

– Es la primera vez que hay calma y silencio en Nueva York – volvió a hablar Elsa.

– Bueno es domingo y son las seis de la mañana – razonó la detective, causando que la otra chica solo riera.

– Si, pero me entiendes.

Elsa volvió a mirar el paisaje y Anna se quedó mirándola, no como una acosadora sino como alguien que disfrutaba de apreciar aquella belleza que la platinada desprendía. Aun con el cabello revuelto y sin maquillaje, Elsa Iclyn se veía preciosa, no entendía como podía verse así mientras ella parecía haber sido atacada por algún animal cuando recién despertaba. Se llevó su mano libre a su cabello para intentar peinarlo, sin lograr despegar la mirada del perfil ajeno que soltó una pequeña risa.

– Detective, deje de mirarme – pidió en un susurro.

– ¿Q-que?

Elsa soltó otra risa que aceleró el corazón de Anna.

– De acuerdo, ¿Por qué siempre me llamas detective? – preguntó, viendo como la platinada levantaba una ceja y ladeaba un poco la cabeza – ¡Sí! Porque yo no te llamo médica o residente.

DAYLIGHT | ElsannaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora