» ocho

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Elsa había faltado ese día al hospital para ordenar la casa y conseguir todos los ingredientes que necesitaba para su receta. Quería que todo saliera a la perfección, era uno de sus pequeños defectos y no sabía cómo controlarlo. Siempre quería que todo saliera como ella lo planeó, armaba una lista de cosas para organizarse y se tomaba el tiempo necesario para cumplir cada una de ellas al pie de la letra. No aceptaba los errores, se ponía de mal humor si llegaba a equivocarse y luego se veía en la obligación de iniciar todo otra vez para sentirse en control. Así que su cita con Anna y Heidi no era la excepción, no quería fallar luego de prometerle a la menor cocinar algo de su tierra natal y ver la ilusión en sus ojos. ¿Por qué de repente tenía la extraña necesidad de hacerlas felices? Debía aceptar que Heidi se ganó su cariño desde el primer momento y Anna también, sobre todo la pelirroja mayor con sus nervios que la hacían ver adorable.

– ¿Y ya la besaste?

La pregunta de Isabela la hizo detenerse en medio del pasillo del Grand Central Market y la observó con un suave rojo en sus mejillas. No la había besado pero deseaba hacerlo desde su primera cita y casi lo conseguía en más de una ocasión, solo que algo pasaba y Elsa asumió que era Dios intentando molestarla un poco.

– Intentaré hoy – susurró arrojando un paquete de papas fritas al carrito – y seguiré intentando hasta conseguirlo.

Isabela la había acompañado porque la conocía, sabía cómo se ponía cuando tenía esos ataques de señorita perfecta y pensaba evitar que la platino tuviera un ataque de nervios en pleno mercado... Dolores la obligó, eso era la versión corta de todo. Toda la familia Madrigal la había empujado a acompañar a la residente por precaución.

– ¿Y qué piensas hacer?

– Salmón noruego, es sencillo y siempre me ha salido bien – contestó revisando su pequeña lista –, además se lo prometí a-

– ¿Y a ellas les gusta?

Elsa nunca le preguntó a Anna si le gustaba el salmón o si a Heidi le gustaba. Debió hacer, ¿no? Era básico saberlo para poder comenzar todo y ahora estaba por llorar por su descuido e Isabela intentaba calmarla con alguna solución rápida para poder seguir. Elsa podía pasarse horas dentro del lugar, revisando cada pasillo y cada objeto que ofrecían, especialmente durante noviembre y diciembre, las incontables comidas con dibujos navideños captaban su atención. Rapunzel, Isabela y Kristoff habían sobrevivió a la obsesión de la platino con respecto a esas fechas, quizás porque desde que se mudó a Nueva York disfrutaba mucho más.

– ¡Ah! Anna dice que le gusta y que Heidi es feliz con unos nuggets – leyó Elsa sonriente, al menos no había muchos cambios en su plan –. Genial, creo que había una promoción en las nuggets con forma de dinosaurios, Kristoff las ama.

Cuando llego la hora del almuerzo, Elsa ya se había acomodado en el sofá, aparentemente absorta en sus pensamientos. Isabela se encontraba en la cocina, tratando de preparar un almuerzo improvisado para ambas. La trigueña estaba preocupada, era demasiado evidente por su ceño fruncido y se debía a Elsa, quien parecía no tener intenciones de comer en ese momento. Mientras intentaba no crear un desastre en la cocina, observaba de reojo a la platino, que parecía estar profundamente dormida, y aunque Isabela estaba centrada en la comida, no podía evitar sentir ternura al escuchar los suaves ronquidos que emanaban de su amiga.

"Elsa, me invitaron a una charla en Nueva Jersey, creo que regresaré el lunes a la madrugada. Marshall se llevó a Sven hasta la tarde. Por favor come algo y disfruta tu privacidad con Anna 7u7. Con amor, Kristoff."

Isabela soltó una pequeña risa al leer la nota pegada en el refrigerador.

– ¡Iclyn, a comer! – gritó dejando los dos platos de pizza sobre la mesa – Arriba si no quieres que llame a mi abuela.

DAYLIGHT | ElsannaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora