» cuatro

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Había un lugar en su trabajo dónde podía estar tranquila y admirar la belleza de Nueva York.

– ¿Tomando sol?

Elsa sonrió divertida, sin tener la necesidad de abrir los ojos al escuchar la voz, podía reconocerla a kilómetros.

– Un poco, sí.

Kristoff Bjorgman se sentó a su lado e imitó su acción de mirar hacia arriba con los ojos cerrados, sintiendo aquel calor en el rostro. Era algo que solían hacer en sus pequeños ratos libres o durante su almuerzo, disfrutaban tanto aquel lugar que se convirtió en su pequeño santuario. A pesar de la agitación de la ciudad que se extendía a sus pies, ambos estaban tranquilos.

Tenían una conexión especial, la habían forjado a través de sus años en la universidad. La suave brisa mecía sus cabellos y Elsa sentía paz en ese momento hasta que Kristoff estornudó.

– Salud – susurró.

– Gracias – El rubio sacó un pequeño pañuelo de papel y limpió su nariz –, odio la primavera, trae todas mis alergias.

Alergias.

Inconscientemente sonrió de solo recordar a las dos pelirrojas que habían comenzado a aparecer en sus pensamientos, especialmente la detective y su forma de sonrojarse a cada rato.

– ¿Cómo te fue en la cita? – preguntó el rubio.

– ¿Cómo-

– Moana me dijo que Rapunzel estuvo aquí el lunes pasado y bueno también había otra chica... No fue tan difícil deducir que tu prima te organizó algo con esa pelirroja – explicó alzando los hombros – ¿Entonces?

– ¿Entonces qué? Estuvo bien, fuimos a almorzar y-

– ¿Te acostaste con ella?

Las mejillas de Elsa se tiñeron de rojo, hasta ahora nunca pensó que podría llegar más lejos con Anna y no deseaba pensarlo. Sacudió la cabeza para poder responder.

– No, fuimos al Central Park con su hija.

– ¿Tiene una hija? – Elsa asintió – ¿Y la llevó a la cita?

– No tenía mucha opción, además Heidi es agradable y le gustaron mis trucos de magia – murmuró con las mejillas aún rojas – ¡Pero no hicimos nada! Solo una cita y ya.

– ¿Y ya? – Kristoff rió – ¿No tendrán otra?

Por la sonrisa de Elsa, el rubio supo la respuesta. No tenía que decirle nada, Kristoff había memorizado cada gesto y sonrisa que tenía la médica. Ambos se conocían tan bien que no necesitaban hablar para saber lo que sucedía con el otro.

El beeper de ambos comenzó a sonar, debían regresar.

Un suspiro escapó de Elsa, levantándose con cierta pereza y estirándose un poco. Amaba su trabajo, sabía que se quería dedicar a eso desde que era pequeña y lo estaba cumpliendo. Intentó alisar la bata, pero la mano de Kristoff la detuvo.

– ¿Almorzaste?

– Uh... si, ¿tu almorzaste?

El rubio movió la cabeza, manteniendo su mirada sobre la platinada.

– Si, Gerda me guardo un poco de pastel de carne.

– Eso es... genial.

No hablaron por el resto del día, Elsa había evitado al rubio cuando vio esa expresión en su rostro.

———

El viernes salió, como siempre, más temprano.

Elsa terminó en la tienda Encanto, un pequeño rincón de Colombia en pleno corazón de la ciudad de Nueva York. Su fachada estaba adornada con colores vibrantes y exóticos arreglos florales que invitaban a los neoyorquinos a adentrarse en su mágico interior.

DAYLIGHT | ElsannaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora