» diecinueve

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Elsa arrugó el rostro con una mueca de dolor cuando registró una molestia en el dorso de su mano derecha. Sus ojos tardaron en enfocar el lugar en donde estaba, su cabeza aún le daba vueltas y sentía una picazón en la garganta.

Se removió un poco entre cortos gemidos y susurros inentendibles, se sentía terrible. ¿Tenía fiebre? Era poco común en ella enfermarse y rara vez pasaba, la última vez fue hace un par de años. Se llevó la mano hasta la frente y la sintió fría. Si no tenía fiebre, ¿por qué se sentía tan mal?

– Está despertando – Elsa conocía esa voz – ¿Deberíamos llamar a alguien?

– Si, iré a buscar a alguien.

Ella también logró reconocer esa voz.

Elsa logró ver el lugar, pudo distinguir aquel aroma a desinfectante que conocía y el bullicio al otro lado. Estaba en una habitación de hospital, de su hospital. Se quejó por lo bajo cuando puso todo su peso en su mano derecha, sintiendo aquel insoportable dolor que la hizo desistir de su misión.

¿Por qué estaba allí? Ella no recibió ningún disparo, solo ayudó a alguien. Quizás creyeron que estaba herida por toda la sangre, debió ser eso, era la única explicación.

– Hey – Giró la cabeza para encontrarse a Anna allí, sentada en esos viejos e incómodos sillones. Se veía cansada, podía notar las ojeras debajo de sus ojos y su cabello estaba atado en un moño mal hecho. Seguía usando la ropa de ayer, lo que llamó su atención fue la sangre que había en su camisa –, ¿Cómo te sientes?

– ¿Qué-

– Te desmayaste – Anna se levantó para alcanzar su mano y dejar un beso sobre su frente – y te trajeron aquí.

– Pero estoy bien – susurró sentándose con ayuda de Anna – y tú deberías-

– No pienso irme de aquí sin ti y sabiendo que estás bien, ¿de acuerdo? – Sintió la molestía en la voz de su pareja – Además tuve que dormir aquí, Heidi no quería irse.

Eso la hizo sentirse peor aún cuando la intención de la pelirroja era buena. Elsa no sabía porque se sentía tan culpable de que ambas debieran pasar la noche en los incómodos sillones para poder estar con ella. Una pequeña voz en su cabeza la molestaba, era la misma que había disfrutado molestarla en su adolescencia y la hacía sentirse mal por cualquier cosa.

– Ella debería estar en- – Su voz se fue apagando, se relamió los labios y observó con cuidado el catéter en su mano –. Tienen cosas más importantes que hacer – murmuró.

Anna soltó una risa, o eso quiso hacerla parecer porque la platino pudo notar la molestía. Parecía más un gruñido que otra cosa y se sintió peor.

– Elsa, por favor – comenzó Anna, sujetándola con cuidado del mentón –. Tú eres lo más importante ahora, ¿de acuerdo? Además volví como teniente y no tengo tanto trabajo como antes, solo llenar papeles e ir a reuniones.

Quizás lo único que necesitaba era un beso de la pelirroja para sentirse mejor.

– Elsa, qué bueno verte despierta.

Isabela entró junto a Eric, un médico general.

– ¿Ella está bien? – preguntó de repente la pelirroja, había soltado la mano de Elsa e hizo oídos sordos al escucharla quejarse – Es decir se desmayó y se ve pálida... más de lo que ya es.

Elsa frunció el ceño al oír eso. Si, era pálida y a veces sus propios pacientes le preguntaban si estaba bien, pero fue un golpe bajo que Anna dijera eso. Isabela se sentó a su lado, obligándola a moverse un poco para que pudiera estar más cómoda.

DAYLIGHT | ElsannaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora