Alguien había emprendido una travesía, sus pasos le llevaron por tierras que estaban más allá de algún paraje que pudiese reconocer. Sin tener rumbo definido y sin ninguna prisa, detuvo su avance de manera repentina. Miró, de forma sosegada hacia donde sus pasos dejaban huellas sobre la polvorienta senda, imaginó la distancia que lo separaba del pequeño pueblo por donde atravesó callecitas de piedra y que varios días antes dejara atrás. Volvió la mirada en dirección al camino por recorrer, caviló por un instante y se sentó en una gran roca al lado del camino.
El panorama que Alguien distinguía desde aquel montículo de roca era más amplio; verdes pastizales se extendían cubriendo la tierra por kilómetros, hasta llegar a las distantes colinas que parecían formar un límite entre la planicie y el despejado cielo. Tal inmensidad le embargaba la emoción de estar en medio de la nada y, de alguna manera, rodeado por todo al mismo tiempo. La senda que había recorrido, la cual percibía mucho más angosta, alargada y maltrecha, no era acorde a lo experimentado durante el recorrido por aquella extensa y polvorienta ruta.
Pasado un tiempo de contemplación, dirigió su mirada hacia el otro tramo del camino, aquel que aún no había recorrido y del cual no sospechaba acerca de sus foráneos rumbos. La similitud de la ruta en ambos sentidos le era agobiante, no había diferencia; ambos trayectos eran de ida y de vuelta.
—Dependerá del caminante y su destino, al camino no le importa si el viajero viene o va, el camino ahí está —reflexionaba Alguien, mientras su mirada se había fijado en el polvo que cubría sus botas —Otros ya han recorrido estos caminos, algunos yendo y, otros viniendo, solos o en compañía. ¡La gente no se sienta al lado del camino sin saber a dónde va! Tan solo yo y mi manía de ser yo... tan solo eso es lo que me tiene aquí, en medio de la nada, sentado sobre esta roca... hablando solo.
Alzó su mirada, vio a lo lejos un peregrino; sus pasos parecían ser rápidos, como los andares de quien lleva celeridad, de inminente urgencia o de quien simplemente no concibe la idea de andar sin prisa. Del otro lado del sendero, otro errante se vislumbraba; sus pasos parecían ser lentos, como los andares de quien no lleva afán, con los pasos de quien ya ha aprendido a andar. Alguien alternaba la mirada hacia ambos lados, pensó que en algún punto del camino esos dos sujetos se iban a cruzar, sin importar la premura o cadencia de cada quien, el mismo sendero compartían, la misma vía a sus destinos los llevaría. Alguien sonrió ante la ironía que la escena le significaba.
El caminante que iba de prisa pasó por enfrente de donde estaba Alguien. Se veía sudoroso, con la respiración acelerada y cara de cansancio, pese a ello, su mirada denotaba suficiente brío como para continuar con su agitada marcha. La expresión de sorprendido que hizo aquel hombre, delató el hecho de que no se había percatado de la presencia de Alguien allí sentado. Miró, de forma despectiva, inclinó la cabeza un poco a modo de pueril saludo y siguió caminando, balbuceando lo que parecían ser reproches.
Un tiempo después, el caminante que iba despacio se acercaba hasta donde estaba Alguien. Desde la distancia se veía su mano levantarse y sacudirse, sonreía de forma afable, como si conociese a Alguien y estuviera anhelante por llegar a su lado. Una cálida mirada acompañaba su saludo, con una mano recibió el saludo, con la otra dio suaves palmos sobre el hombro de Alguien.
—Joven, lo vengo observando desde que venía allá atrás. Hace usted bastantes ademanes, me pareció que usted es de esos que habla solo. Verá usted, joven... yo también, me la paso hable que hable con ese otro yo... a veces lo mando a callar, cuando se pone a dar cantaleta y me hace sentir mal. Verá usted, joven... voy hacia un sitio que llaman "La Cumbre", debe quedar un poco lejos. Verá usted, joven... nunca he ido hasta allá. Vengo cansado de hablar solo, si usted quiere y si va por ese camino de allá, le presto mis oídos y usted me presta los suyos... a lo mejor y encontramos de que charlar.
La dirección del camino que señaló aquel hombre, era la misma por donde Alguien había llegado hasta ese punto. No le importó, se incorporó y aceptó ir en compañía de aquel extraño, se fueron hablando de los senderos, de los caminantes y de los observadores del andar. Discurrían pasos y horas entre charlas acerca de valorar el presente, no apresurarse ni detenerse, seguir el ritmo propio y a elegir bien con quien andar.
Le preguntó el nombre a su inesperado adjunto, el anciano le respondió con una sonrisa: "Me llamo tranquilidad". Alguien había encontrado su sendero y con quien andar.
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Analizando Ando
Spiritual¿Alguna vez te has preguntado cómo juzgas tus pensamientos y los de los demás, y con qué criterio lo haces? A veces, somos más duros con nosotros mismos que con los demás. Otras veces, somos más duros con los demás que con nosotros mismos. Es un jue...