25. Cangrejos y huellas

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El sol continuaba su descenso, pintando el cielo con tonos cada vez más intensos. Alguien divisó una piedra oscura en medio de la arena que parecía moverse con pequeños titileos. Se acercó con prudencia y curiosidad, dudando si era una ilusión óptica o si aquello podía ser real. Al estar muy cerca, vio un par de tenazas que se extendieron ágilmente, amenazando con apretarlo si osaba acercarse más. El susto lo hizo retroceder, pero pronto su curiosidad se avivó aún más. El cangrejo comenzó a moverse de manera graciosa, dando pasitos cortos de medio lado y hacia atrás, moviendo sus tenazas como si desafiara al intruso a combatir o a bailar. De repente, el cangrejo aceleró y se sumergió bajo las olas. Pequeños puntitos en la arena marcaron su andar, pero el mar, con una sola barrida, los borró sin piedad. "¡A ti también te borraron las huellas, cangrejo bravucón!", gritó Alguien, sonriendo ante la situación.

—¡Señor! ¿Nunca había visto usted un cangrejo? Ese animal se llama cangrejo. Y estaba muy grande, pero usted... ¡ya me lo espantó! —protestó un niño, cruzado de brazos y mostrando su descontento mientras miraba hacia donde el crustáceo huyó.

—Discúlpame, por favor. No sabía que era tu cangrejo, pero sí, era muy grande. ¿Viste esas tenazas? ¡Vaya susto el que me dio ese granuja! ¿Qué pensabas hacer con ese animalito?

—Mirarlo, solo quería mirarlo. Se quedan quietos un rato y luego empiezan a escarbar en la arena. Mi padre dice que buscan un tesoro que dejaron unos piratas hace muchos años. Pero nunca los he visto encontrarlo; son muy tontos, los tesoros deben estar mucho más abajo. Mire, ahí está mi padre haciendo castillos de arena y no viene a ayudarme a seguir los cangrejos.

Un hombre se acercó esbozando una sonrisa de complicidad. Miró a Alguien y lo saludó. Los tres se quedaron mirando hacia el mar. El hombre se agachó para mostrarle a su hijo que el castillo de arena ya estaba listo. El niño salió corriendo para admirar su nueva distracción.

—Disculpe la intromisión, ¿por qué le gritaba al cangrejo que le borraron sus huellas? Entiendo que mi hijo busque tesoros de cangrejos, pero me causa curiosidad su pleito con el animalito —indagó el hombre, mientras le ofrecía una bebida que sacó de su nevera de mano.

—Su hijo no busca tesoros, él espera que los cangrejos encuentren su propio tesoro. Eso fue lo que usted le dijo, y eso es lo que él espera. Lo que no sabemos es cómo se imagina ese preciado trofeo. Alguna vez mi padre también me enseñó algo en esta misma playa; esa historia aún la recuerdo... y fue la que discutí con el cangrejo.

—Interesante observación, lo de mi hijo y los tesoros. Solo le dije eso para saciar su curiosidad y que tuviera una entretención con esos curiosos animalitos. Pero, ¿qué fue eso que le enseñó su padre? Debe ser muy interesante para que aún lo recuerde y lo discuta con los cangrejos. Si no le incomoda compartirla, claro.

—Una tarde, mi padre salió a caminar. Yo iba detrás, saltando sobre las huellas que él iba dejando en la arena. Con mis pequeños pies intentaba atinar para no salirme de esas grandes huellas. Pero llegaban las olas y tapaban las pisadas, y cuando el agua regresaba al mar, ya no había huellas para seguir. Mi padre, en su sabiduría, empezó a dificultarme la tarea: daba pasos más largos y miraba de reojo mi esfuerzo por seguir saltando. En cierto punto me desesperé, ya no podía atinar a ninguna huella. Me senté y le grité al mar: "¡Deja de borrar las huellas, no seas egoísta!"

—¡También le hablas al mar! Amigo, eres bastante peculiar... me agrada eso. Disculpa, te interrumpí. Continúa, por favor.

—Mi padre esperó un poco, luego se sentó a mi lado y me dijo: "Hijo, no culpes al mar. Tú decidiste seguir mis huellas, y está bien que lo hagas, pero nunca olvides que las olas siempre llegan. No puedes quedarte saltando sobre los pasos de los demás."

El hombre sonrió, dejando que las palabras de Alguien calaran en el ambiente mientras ambos observaban al niño correr alrededor del castillo de arena. Durante unos instantes, se quedaron en silencio, contemplando las olas que, de manera implacable, seguían borrando cualquier rastro en la orilla.

—Siempre vuelven, ¿sabes? —dijo Alguien, casi en un susurro—. Las olas, quiero decir. Borran las huellas, sí, pero el mar también devuelve lo suyo a la orilla, cosas nuevas, diferentes... como esos cangrejos que buscan su tesoro.

El hombre asintió, comprendiendo el peso de las palabras.

—Tal vez —continuó Alguien—, lo importante no es que las huellas permanezcan, sino que nos atrevamos a caminar, a dejar marcas, aunque sepamos que el tiempo las hará desaparecer. Porque al final, no son las huellas lo que perdura, sino los recuerdos y las enseñanzas que quedan en nosotros.

Se levantó, sacudiendo la arena de sus manos, y lanzó una última mirada al mar, como si buscara una señal entre las olas.

—No podemos quedarnos saltando sobre los pasos de los demás. Hay que hacer nuestras propias huellas, aunque sepamos que el mar las borrará.

El hombre lo observó en silencio, con un gesto de complicidad y respeto, mientras el niño, ajeno a todo, seguía disfrutando su castillo de arena, riendo ante la simplicidad de su mundo.

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