20. Ramas Raíces

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Alguien se adentraba en el bosque, explorando caminos sinuosos que parecían danzar entre gigantescos árboles. Los sonidos del bosque y el crujir de las hojas secas bajo sus pasos acompañaban a Alguien en su travesía solitaria.

Un río interrumpió su camino, indicándole que ya no podría avanzar. Alguien se sentó a orillas del río, sobre una rama gigante que reposaba en el suelo. Miraba serenamente el fluir del río y escuchaba el canto de un pájaro, como si este lo estuviera llamando. Al mirar hacia arriba, vio al pájaro posado en la rama de un árbol.

Alguien se sorprendió al darse cuenta de que no estaba sentado sobre una rama caída, sino sobre la raíz de un imponente árbol. Se puso de pie para alejarse un poco y contemplar el majestuoso tamaño del árbol.

—Como es arriba, es abajo —dijo Alguien detenidamente, como si otra voz hablara a través de él.

Se inclinó hacia un lado, como si intentara doblarse para ver el árbol al revés, pero resbaló en las piedras del río y cayó de bruces. —¡Pero qué torpeza! —se reía mientras en el río yacía.

Desde esa posición, Alguien se sintió fresco y cómodo, con el agua casi cubriéndolo por completo. Observaba las ramas del árbol y las raíces en el suelo, notando una extraña simetría, aunque calculaba que tenían el mismo tamaño.

—Las ramas arriba tienen hojas, pero las raíces abajo no; por lo demás, parece igual arriba y abajo. Si pudiera darle la vuelta al árbol, quizás con el tiempo lo de arriba sería como lo de abajo... ¡Vaya, qué golpe me he dado! Ya estoy desvariando —reflexionaba Alguien en medio de su inesperado Edén.

Se quedó un rato más en el río, escuchando el apacible sonido entre las aguas y las ramas. Cerró los ojos e imaginó las raíces bajo la tierra y cómo se conectaban con las de otros árboles, una sincronización tan vasta que al pensar en ello se abrumó y abrió los ojos con asombro. El sol del mediodía señalaba que era hora de seguir adelante. Alguien se levantó y observó una vez más al árbol, sonriéndole con gratitud le susurró:

—Gracias por enseñarme algo; ahora entiendo que la vida es tan arriba como abajo. Somos nosotros, los humanos, quienes nos desconectamos, ocultando o negando nuestras raíces mientras perseguimos lo más alto.

El río, reflejo del majestuoso árbol, fluía con la misma armonía que las raíces que bajo tierra se entrelazan, como el danzar de las verdes hojas al viento; una majestuosa sinfonía de encanto. Cada corriente narraba la historia del bosque; en esas aguas danzantes, una conexión entre lo visible y lo invisible, reflejando lo de arriba ahí abajo.

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