Fue un saludo fortuito; la mirada expresaba distancia y las palabras delataban premura. Con una suerte de excusa forzada, se levantó de la mesa, palmoteó tímidamente sobre la espalda mientras, con su mano sudorosa, se acomodaba las gafas de manera nerviosa. Las palabras atropelladas insinuaban una despedida. Alguien se quedó observando la salida apresurada de su amigo, quien sorteaba entre mesas para abandonar aquel café. En medio de la prisa, movía la mano a modo de despedida, con la mirada perdida en otra dirección.
—Un gusto haberte desconocido, amigo —murmuró Alguien, a manera de queja, sintiéndose agraviado ante la escena.
Permaneció mirando hacia la puerta por donde había salido aquel conocido, quedándose como un niño desconsolado que ve su globo irse con el viento, lejos de sus manos. Desconcertado, se sentó, dirigió la mirada hacia la barra e hizo señas para que le trajeran otro café.
—Hace tan solo unos pocos años, esa persona era mi amigo; el tiempo nos ha distanciado. Justo ahora que el mismo tiempo nos ha reunido, por casualidad en este lugar, siento que ni siquiera lo he conocido —compartió Alguien con el mesero, mientras este colocaba el café en la mesa.
El mesero miró hacia la puerta y, sin mediar palabra, se retiró con gesto de discreción, dejando a su cliente con la taza de café y en su asunto. Alguien siguió reflexionando, inquieto por lo sucedido:
—Esa persona que yo conocía, sin duda y sin apuro, se habría quedado horas hablando aquí conmigo. Me habría contado todo lo que le ha sucedido en la vida, me habría preguntado con intriga y pasión cómo me ha ido. Nos habríamos reído recordando las travesuras de nuestra juventud, compartiendo experiencias de los años en que estuvimos desatendidos.
Mientras su mente lo guiaba por los senderos de los recuerdos, observaba a las demás personas en las otras mesas: compartiendo risas, voces bajas, miradas plácidas, e incluso una pareja discutía. Un ligero sabor a resentimiento se apoderaba de Alguien.
—Solo estuvo unos minutos aquí conmigo, cuando por casualidad lo encontré y saludé con entusiasmo. Pero su respuesta fue corta y fría, como si fuera un desconocido. Si no hubiese sido porque mencionó mi nombre, seguramente estaría pensando que no me había reconocido. Eso no me dolería tanto como el hecho de sentirme ignorado —se decía con gran nostalgia y suspirando, mientras bebía de su taza de café.
El mesero observaba a Alguien desde la barra del establecimiento; veía a ese hombre sumido en sus pensamientos, su mirada frecuente hacia aquella puerta era como si añorara el regreso de su amigo. Notaba su tristeza y recordaba su comentario, sintió un llamado a romper la discreción para poner las cosas en claro. Con la excusa de servir otro café, se acercó y le dijo:
—Disculpe usted, señor. Quisiera responder a lo que mencionó antes con respecto a su amigo: esa persona que usted vio salir... ya no puede ser la misma. Hace unos meses, su vida dio un giro. Verá usted, él era el dueño de este café y un próspero individuo, pero su familia sufrió un trágico accidente y ahora solo le queda su pequeño hijo. La prisa que llevaba era para ir al hospital, pagar la cuenta de servicios y así poder llevar a casa al hijo.
Alguien se quedó en silencio al oír las palabras, mirando hacia la puerta con pasmo y aflicción. Las piezas del rompecabezas se acomodaron en su mente; su amigo no quiso atormentarlo con preocupaciones, no estaba huyendo.
El café en la taza adquirió un matiz diferente, un sabor agridulce que le hizo sentir que había juzgado con demasiada prontitud. Reflexionó sobre la fragilidad de la vida y las vueltas inesperadas que puede dar el destino. "La distancia entre viejos amigos no siempre refleja desinterés, sino más bien, las batallas invisibles que cada persona libra en su propia vida", recapacitó mientras sentía una vigorosa necesidad de buscar a su amigo.
Agradeció al mesero por la información, pagó la cuenta y se levantó de la mesa. No pudo evitar mirar una vez más hacia la puerta por donde aquel conocido se había ido, y levantó su voz como si allí estuviera su compañero:
—Espera por mí, mi amigo. Si me lo permites, iré contigo.
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Analizando Ando
Spiritual¿Alguna vez te has preguntado cómo juzgas tus pensamientos y los de los demás, y con qué criterio lo haces? A veces, somos más duros con nosotros mismos que con los demás. Otras veces, somos más duros con los demás que con nosotros mismos. Es un jue...