14. Acompáñame sin silencio.

214 9 11
                                    

Una tarde quebrada por el frío silencio y la penumbra de la indiferencia, una tarde carente del calor de compañía alguna. Las sombras de un pasado que arrastraron hacia la culpa y desembocaron en el abandono. En una tarde así se encontraba Alguien.

—Sé que estás ahí, no te ocultes detrás de mis pensamientos. No temas, ven y acompáñame, no me ignores. Por favor, rompe este silencio —expresaba Alguien, con una profunda mezcla de certeza y anhelo.

Los días de Alguien transcurrían en solitaria quietud, envuelto en la nostalgia y prisionero de recuerdos no tan benevolentes. En sus pensamientos, sentía que se ahogaba, naufragando en una tabla rota, ermitaño entre los vestigios de un naufragio.

—Te he visto pasar con sigilo en todo momento, intentando disfrazar tu presencia detrás de un manto de frío y oscuro silencio. Pretendes que no me dé cuenta, pero eso no es posible, te siento en todo momento —continuaba con añoranza la voz de Alguien—. Hace unas noches sentí que me observabas, entre las cortinas, y luego te reflejabas en ese espejo. Guardé silencio y fingí estar durmiendo, esperando que me cantaras una canción o me recitaras un cuento, porque así me sentía, como un niño sin consentimiento —con lágrimas contenidas y la voz entrecortada, continuaba Alguien, desentrañando sus propios secretos.

La voz de Alguien resonaba en la habitación, desafiando la quietud que la soledad le imponía. Decidió transformar la relación con su taciturna compañera, invitándola a ser cómplice en su afán de romper el silencio.

—Soledad, ya no quiero que te ocultes en la sombra del silencio. Acompáñame, pero que sea un acompañamiento lleno de palabras, risas y confesiones. No más ocultamientos detrás de nubes y nieblas frías en el viento —expresó Alguien con determinación—. Te he sentido en cada rincón de mis días, pero es hora de que dejes de ser testigo muda de mis emociones. No quiero un manto de silencio, quiero que hablemos, que compartamos. Dime, soledad: ¿qué secretos guardas?

La soledad, acostumbrada a ser cómplice sosegada, pareció declamar con una brisa cálida y suave que acariciaba con ternura cada rincón de la habitación y se acompasaba con las palabras de Alguien. La habitación, antes saturada por el silencio opresivo, empezó a tornarse inspirada con el vibrato que emergía de lo más profundo de un canto. Una melodía surgida de la nada encontró cabida en la voz de Alguien. Decidió abrir las ventanas de su alma y permitir que la soledad fuera su confidente y aliada, en lugar de ser una extraña e indiferente.

—¿Recuerdas esos momentos cuando éramos cómplices de las alegrías?, cuando tus silencios eran solo pausas entre risas. Quiero recuperar esa complicidad, pero esta vez, que esté llena de palabras que nos liberen y nos cobijen en épocas de frío invierno.

La soledad, aceptando la propuesta, empezó a inspirar a Alguien, suscitando inspiración en cada momento y susurrando secretos en la imaginación. El ambiente, antes denso, se transformó en un espacio donde las palabras fluían y las emociones se palpaban en acogedor entendimiento. La soledad no tenía voz propia, pero sí sabía inspirar y manifestarse en la voz de su acompañante.

Alguien, confrontando a la soledad, descubrió que la verdadera liberación no estaba únicamente en el silencio, sino en la expresión sincera de sus pensamientos y sentimientos. Así, en la conversación con su fiel compañera, comenzaron un viaje que los llevaría por un camino de mutuo entendimiento, dejando atrás las sombras del silencio.

Analizando AndoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora