15. Caminando el Río.

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Alguien estaba sentado a orillas de un río, donde el murmullo del agua danzaba al ritmo del encuentro con las piedras, formando caprichosos remolinos. El infinito fluir lo cautivaba; la corriente de aguas cristalinas le permitía ver con claridad las pequeñas piedras que se extendían por el lecho, fina arena gris matizándose con los colores vivos de hojas y pequeñas ramas que pasaban flotando. Decidió emprender un viaje en busca de la esencia misma del río, queriendo explorar más allá de sus aguas palpables y encontrar, quizás, algunas respuestas en aquellas corrientes y desafíos.

Se sumergía con cada paso en el fluir continuo, buscando respuestas en cada una de sus curvas, en sus rápidos y en sus calmas. Las aguas, como las palabras, llevaban consigo la sabiduría de la experiencia ganada a lo largo del tiempo. El río, testigo caudaloso de la vida, se convertiría en el confidente en aquella travesía. Alguien se emocionaba con preguntas a medida que se abría camino con sus pasos entre las aguas:

—¿Por qué el río, con su eterna travesía hacia el océano, ha sido el reflejo de tantas emociones humanas? ¿Por qué poetas, filósofos y amantes, entre otros tantos, han encontrado en sus aguas una fuente inagotable de inspiración?

A medida que avanzaba, las orillas del río revelaban sus secretos. Cada sonido en sus aguas parecía albergar metáforas vivientes. El río, como la vida misma, llevaba en sus corrientes la dualidad de la calma con el torbellino, quietud y acción. En su fluir se reflejaban los altibajos de la existencia y de la razón.

El constante danzar del agua se convertía en versos, una sinfonía que resonaba con las palabras que escritores y poetas habían tejido a lo largo de los siglos. El río, como metáfora, se deslizaba por las páginas de la historia. Alguien se sentó en una roca bajo el amparo de la sombra de un frondoso árbol y caviló:

—Al igual que las aguas de este río que nunca se detienen, la vida se desliza en una corriente acompañada de colores, fragancias, sabores y sonidos.

En la serenidad de aquel remanso, Alguien, buscador de significados, encontraba sus respuestas. El río era el espejo de la existencia, un recordatorio de la fugacidad del tiempo, pero también de la eternidad de las historias que nacían y crecían en caprichosos remolinos. Un intento de capturar la esencia misma de la vida en palabras, de encontrar en su fluir constante la inspiración para expresar lo inexpresable.

Alguien continuó su caminar río abajo, con el corazón lleno de emoción, llevando consigo la riqueza de las analogías que había descubierto en cada rápido y en cada remanso. El río, con toda su magnificencia, rebosaba de encanto y brindaba su ancestral sabiduría a aquel caminante que lo recorría con sumo placer, una mística sinergia que susurraba sabiduría a borbotones, la magia de la vida impregnada en uno de los más maravillosos milagros que la naturaleza pueda brindar a quien sabe buscar.

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