11. Sol de Medianoche

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Un hombre rondaba por la calle a la medianoche, fustigando cada uno de sus pasos. Arrastraba sus pies descalzos sobre el asfalto, como si una pesada carga le impidiera erguirse, como si luchara por no languidecer en las depresiones de un abismo. Con gran esfuerzo, se cubría por completo los ojos con una mano mientras, levantando la palma de la otra, parecía ansiar impugnar algo. Su voz ronca y agraviada profería gritos estruendosos y alaridos desgarradores:

—¡Iluminas y ofuscas mis ojos... ya no quiero ver! ¡Derrite mis pies que ya no quiero andar más! ¡Dime, sol, ¿por qué sales a la medianoche y me quieres atormentar?! ¡Lárgate y déjame en paz!

Cada una de las padecidas palabras resonaba; la sombra del turbio eco agraviaba la atmósfera con una asonancia profana. Cada lamento era indicativo de un gran desconsuelo.

Alguien despertó perturbado, con el corazón acelerado y sin comprender una sola palabra de aquellos baladros. Se apresuró hacia la ventana para averiguar qué sucedía en la calle; de manera sigilosa movió la cortina hacia un lado, lo suficiente para poder ver sin ser expuesto a quien estuviese por allí rondando. Vio la figura del hombre que vociferaba; era lúgubre, desdeñada, con semblante semejante al de un espanto.

La estrepitosa voz se alejaba poco a poco, como si quisiera dejar bien claro su mensaje. Y lo había logrado; Alguien no podía conciliar de nuevo el sueño, se había quedado demasiado impresionado.

—Si tan solo lo hubiese conocido antes. Ya es muy tarde para poder hacer yo algo, aunque quisiera, no podría alejar al hombre del sol de medianoche... ni convencerlo de olvidarlo —se decía, respirando profundo y con la mirada en la oscuridad de su cuarto.

Después de recuperar un poco la calma, reflexionó:

—El sol de medianoche ha trastornado a ese hombre; mucho sufrimiento le ha causado. ¿De qué color será ese sol de medianoche para ese desdichado? ¿Será como el sol del día o... más iluminado? Para esa mente, sale el sol a la medianoche; para otros deben ser distintas las alucinaciones. De una manera u otra, cada quien vive con sus espantos mentales, inconsciente de los demonios que lo atormentan. Es el sol de medianoche tan real para ese hombre como la oscuridad para otros. En la mente, los parásitos atacan y confunden la realidad sin medir a quién o en dónde.

Entre cavilaciones y vueltas en la cama, la noche había pasado. Alguien se preparó para salir al mundo y cumplir con un día rutinario; estaba somnoliento y enojado. Se detuvo bajo el marco de la puerta de su casa; un día iluminado contrastaba con las penurias que la noche le había dejado.

Caminó un par de calles y vio que un hombre dormía debajo de un cartón arrugado; cabeza, pies y brazo estaban al descubierto. Lo reconoció: era el hombre del sol de medianoche; su figura ya no era la de un espanto, era la estampa de un hombre en su miseria. Los harapos fétidos y desgastados reflejaban, con la luz del día, la imagen de un ser abandonado y olvidado. Sobre la espesa barba y su tiznado rostro caían los rayos de sol, sin que estos lograran perturbarlo. Se acercó y le susurró:

—Duerme tranquilo, mi amigo... tu noche ya ha llegado.

Alguien emprendió su camino mientras se decía:

—Dejo al loco del sol de medianoche y me voy... como un loco, con el sol de mi día.

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