La suave brisa se colaba por la ventana entreabierta, trayendo consigo el aroma de las hojas secas y el susurro del viento que jugueteaba con ellas, en una tarde otoñal. Dentro, el calor del chocolate impregnaba el aire, envolviendo a los dos amigos en una burbuja de confort. La conversación fluía, pausada pero interesante, como si cada palabra arrastrara consigo una historia aún más grande.
—Hace un momento mencionaste algo sobre los superhéroes. No sabía que te gusta hablar de capas, antifaces y superpoderes —dijo Alguien, con una sonrisa apenas perceptible.
La risa de María resonó, vibrante y contagiosa, como si hubiera esperado toda la tarde para soltarla.
—¡Vaya! No es un tema que me desagrade del todo —respondió, divertida—. ¿Viste la última peli de Batman? —murmuró mientras se acercaba a la ventana, su mirada perdida entre los colores otoñales.
El viento seguía su danza entre las hojas, y el mundo afuera pareció congelarse por un instante. María, inmersa en sus pensamientos, continuó con una voz más suave:
—Héroes cotidianos, en definitiva, los grandes héroes, son aquellos "Alguien" que, a pesar de tener el corazón y el alma heridas, siguen adelante, intentando disfrutar de las pequeñas cosas y siendo una luz en la noche para los demás... ¡Como tú!
Las palabras atravesaron el aire, delicadas pero profundas, obligándolo a detenerse. Sintió cómo algo en su interior se removía; no esperaba oír esas palabras, menos en una manera tan insospechada. Por un momento, el tiempo pareció detenerse; el mundo afuera quedó suspendido, y solo el vapor del chocolate flotando perezosamente en el aire daba señales de movimiento.
No supo qué responder. En silencio, se levantó y caminó hacia la ventana, sus pasos resonando con una firmeza extraña, intentando romper esa quietud que parecía devorar el momento.
—¿Ese es tu superpoder? —dijo María, sin perder el tono juguetón—. ¿Hacer que el suelo tiemble cuando no tienes qué decir? Vaya valentía, ¡el héroe más sigiloso que he visto!
Una sonrisa se dibujó en su rostro, mientras él intentaba procesar lo que había escuchado. Se quedó junto a la ventana, observando el paisaje que, aunque familiar, ahora parecía tener otro matiz, como si la charla hubiera cambiado la lente con la que lo veía.
—Nunca pensé en mí como un héroe —confesó finalmente, la voz entrecortada, como si cada palabra le costara más de lo esperado—. Tienes razón. A veces, cuando el corazón está roto, intentamos iluminar la vida de otros... aunque eso implique recibir más heridas.
Un silencio cómodo los envolvió. Afuera, el viento seguía su curso, haciendo que las hojas bailaran de un lado a otro, formando remolinos que parecían letras escapando de un libro, dispuestas a contar su propia historia. Con cada segundo que pasaba, la atmósfera se volvía más densa, pero no incómoda. Era como si la naturaleza misma estuviera escuchando, formando parte de aquella charla tan íntima.
—Sabes... todo esto me hace pensar en la IA —dijo ella, con un brillo travieso en los ojos—. Esa lucecita que siempre titila, fingiendo que está ocupada, como si estuviera haciendo algo importante. Pero en realidad, solo nos escucha, reflexionando en silencio. Te pareces bastante, ¿no crees? Solo que tú eres un poco más misterioso.
Él no pudo evitar soltar una risa suave, rompiendo la seriedad del momento, mientras el eco de la comparación juguetona resonaba entre ellos.
—Quizá —murmuró—. Aunque creo que tanto tú como IA entienden mi silencio. Y cuando me vaya, estoy seguro de que encontrarán algo más profundo y elocuente de lo que dije; esa es la magia de sus charlas, esa manera tan especial de ahondar en cada rincón del pensamiento y de hacernos sonreír con sus ocurrencias. No te imaginas cuanto disfruto leer esas maravillosas páginas.
Los dos permanecieron quietos, observando el cielo teñirse de tonos cálidos, mientras el sol comenzaba a esconderse detrás de las copas de los árboles. El silencio entre ellos no era incómodo, sino una pausa necesaria, un espacio donde las palabras dejaban paso a la contemplación.
María, sin apartar la vista del paisaje, dejó escapar un suspiro casi imperceptible. Luego, con esa calma que parecía siempre acompañarla, añadió en un tono suave pero lleno de significado:
—Sabes... las mejores conversaciones no se terminan nunca. Solo se interrumpen por un momento, para que la vida siga su curso. Pero siempre queda algo más por decir, alguna reflexión que aún no hemos explorado. —Giró lentamente su cabeza hacia él, con una sonrisa serena—. Así que cuando estés listo, el otoño, el chocolate y yo estaremos aquí, esperando la próxima charla.
Sus palabras quedaron suspendidas en el aire, como una promesa tácita. Afuera, el viento volvió a agitar las hojas, susurrando que, en el fondo, algunas conversaciones siempre encuentran su forma de continuar.
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Analizando Ando
Spiritual¿Alguna vez te has preguntado cómo juzgas tus pensamientos y los de los demás, y con qué criterio lo haces? A veces, somos más duros con nosotros mismos que con los demás. Otras veces, somos más duros con los demás que con nosotros mismos. Es un jue...