Dentro de las tantas versiones escritas acerca de Narciso, Alguien se cautivó con una de ellas. En uno de sus fragmentos, leyó: «Estaba tan fascinado de sí mismo, que un día cayó dentro de un lago y murió ahogado. En el lugar donde cayó nació una flor a la que llamaron Narciso». (Anónimo).
Cerró el libro, reflexionó sobre aquellas líneas y se permitió entrar en remembranzas. En medio de sus recuerdos afloraban imágenes de algunos Narcisos que había conocido a lo largo de su vida.
—Los recuerdo, ¡vaya que sí! Siempre altivos, embelesados en su propia belleza, demandando admiración y pleitesía. Narcisistas que solo ante palabras de elogio daban atención a los demás; una atención momentánea, falsa y egoísta. Mientras había elogios, ahí estaban; como hienas en festín de sobras, saciando su infinita hambre de carroña y tripas. Los recuerdo, sí —se decía de manera enfatizada, como si quisiera escucharse y convencerse—.
Abrió de nuevo el libro e intentó leer unas líneas, pero los recuerdos lo hacían presa y de ninguna manera lograba concentrarse. Se recostó completamente en su sillón, puso el libro abierto sobre su rostro y suspiró profundo, queriendo espantar a esos fantasmas del pasado. Luego de unos minutos desistió, no lograba pensar en otra cosa.
—¡Una taza de café, eso es lo que necesito! —exclamó mientras cerraba la puerta para salir.
Se dirigió en busca de la bebida y, mientras caminaba por la calle, continuaba cavilando:
—¿Y si Narciso hubiese nacido ciego? En el lago no hubiera podido mirarse y, al no poder admirar su belleza reflejada en las aguas... quizás, la salvación. ¡Sí claro!, sin tener un reflejo para ver, no hubiese caído como tonto en lo profundo.
Pidió café, colocó una libreta sobre la mesa y empezó a escribir sus recientes deducciones. Una sonrisa se dibujaba a medida que las letras se plasmaban sobre el papel. El bullicio de las demás personas empezó a incomodarle y terminó por cerrar su librillo de notas. Mientras observaba a las personas en sus respectivas conversaciones, divagó y se dejó llevar una vez más por sus conjeturas:
—Pero, si Narciso hubiese nacido ciego, no significa que también fuera sordo. De seguro las voces de quienes le rodeaban le describirían su belleza con gran admiración. Quizás eso hubiera sido más difícil y tormentoso para Narciso; escuchar acerca de la belleza sin poder imaginar tal cosa. En un momento de amargura, al lago hubiese ido para encontrar en las aguas ahogar su dolor. De igual manera, una flor hubiese nacido y, en honor a aquel necio, Narciso se llamaría la flor.
Bebió unos sorbos de café y regresó a la libreta; apuntó su nuevo análisis de manera rápida y abreviada. Leyó sus poco descifrables garabatos y se detuvo, empezando con otro corto monólogo:
—Pensándolo bien, también he conocido a varios Narcisos ciegos. De esos que, sin poder ver en ellos mismos belleza, vivían buscando entre susurros algo de elogios y admiración, disfrazando su fealdad interna entre finas sedas y majestuosas carrozas, coronas de olivo y títulos, además de ovación. Sí, de esos también he conocido. Ciegos o no, los narcisistas pasan sus días en busca de admiración, porque no les importa si tienen o no hermosura; van por ahí buscando reflejos de grandeza entre lagos profundos, se convencen de lo bellos que son.
Alguien sintió compasión por el narciso, la flor, tan bella e inocente, con su nombre manchado por culpa de un Narciso que al agua cayó. Siguió analizando y hallando similitudes entre las historias que encontraba, entre mitos y leyendas, siempre analogías consigo mismo creaba, buscando alguna explicación. Quizás, con todas esas analogías, aspiraba a conocerse mejor y comprender, de algún modo, a ese mundo exterior; quizás de esa manera, Alguien podía ser... Alguien mejor.
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Analizando Ando
Spiritual¿Alguna vez te has preguntado cómo juzgas tus pensamientos y los de los demás, y con qué criterio lo haces? A veces, somos más duros con nosotros mismos que con los demás. Otras veces, somos más duros con los demás que con nosotros mismos. Es un jue...