Ansiaba encontrar alguna respuesta en el reflejo de sus ojos. Su mirada se extraviaba de manera incómoda hacia su mentón y, tras una breve pausa, regresaba a sus pupilas. Hacía un esfuerzo momentáneo para no volver a mirar hacia otra parte de su cara; realmente necesitaba concentrarse, quería encontrar la respuesta. Esa persona que veía en el espejo debía ser alguien más.
Cada mañana, sin pausa, juzgaba que esas pupilas poseían la mirada de otro individuo, la contemplación de un conocido desconocido que lo examinaba, quizás desde otra dimensión o portal. Sentía que, del otro lado de ese cristal, aquel que lo observaba pedía alguna explicación. En algunas ocasiones tocaba el espejo con su mano, desplazaba sus dedos lentamente para disipar el vapor sobre el cristal, buscando que el extraño hiciera algún movimiento diferente; tan solo pedía una señal. Nunca pronunciaba palabras a aquella imagen; estaba más atento a lograr percibir algún posible sonido que pudiera provenir del otro lado. Los gestos eran lo usual: movimientos de cabeza, cerrar un ojo, tocarse la nariz. Todo era en vano, la proyección del imaginario ser multidimensional solo sabía copiar.
Con una sonrisa cesaba en sus intentos, la rutina secreta llegaba a su final. Se mofaba de sí mismo silbando la banda sonora de una serie de misterio que veía en la televisión cuando era niño. A manera de ironía se decía:
—¿Qué pasa, loco? ¿No te responde tu otro yo de la dimensión desconocida? Quizás mañana responda; a lo mejor está ocupado filmando el capítulo de donde sacaste la brillante idea. Por el momento, a la realidad, amigo, bienvenido a la jungla de cemento, amiguito loco.
Aquellos íntimos momentos no eran una suerte de locura, tan solo formaban parte de su singular y, de cierta manera, audaz manera de encontrarse. No reconocía su mirada; en algún momento había desconocido a su propio ser entre tantas situaciones y afanes por ser alguien más, entre tantos anhelos por encontrar su propia identidad, quizás. No era el reflejo del espejo quien debía dar respuestas, ni las pupilas reflejadas debían encontrar la verdad. Alguien pretendía culpar a alguien más, descargar su inconformismo consigo mismo en otra figura singular.
En las pupilas de otras personas, y sin darse cuenta, había replicado aquella situación. Buscando respuestas a sus propias incertidumbres, terminaba juzgando a los demás. Pero aquellas personas no estaban detrás de un cristal, no eran la imagen de Alguien y no estaban dispuestas a soportar sus demandas y juicios. No, no eran simples reflejos para disfrazar su propia realidad.
Se dio cuenta de que había sido injusto con los demás y consigo mismo. Tenía que aceptarse y quererse tal como era, sin compararse ni competir con nadie. Se dio cuenta de que tenía que encontrar su propia mirada, su propia voz, su propia esencia. Decidió no volver a juzgar ni juzgarse ante los ojos de los demás. Mejor sería mirar en su interior, buscando su propia realidad.
El cristal refleja, pero ese reflejo puede ser o no ser una realidad. La realidad reflejada de una imagen puede parecer real, pero si el observador le da otro sentido, otra realidad será.
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Analizando Ando
Spiritual¿Alguna vez te has preguntado cómo juzgas tus pensamientos y los de los demás, y con qué criterio lo haces? A veces, somos más duros con nosotros mismos que con los demás. Otras veces, somos más duros con los demás que con nosotros mismos. Es un jue...