Alguien decidió explorar los senderos de una majestuosa montaña en busca de aire fresco y tiempo para reflexionar. Su mente divagaba mientras ascendía por hermosos y empinados parajes; iba más absorto en sus pensamientos que en su andar.
Entre pasos y pensamientos, ya no sabía en dónde se encontraba; se había perdido de su ruta y no había nadie a quien pedir orientación. Angustiado y mirando en todas direcciones, se dio cuenta de que el sendero se había esfumado; no había rastro de alguna señal para poder hallar su camino.
Se tomó la cabeza con ambas manos, empezó a sentir desesperación; aquello le era una situación angustiante y se sumaba a su ya pesada carga emocional. Había salido en búsqueda de paz y tranquilidad, pero la falta de atención en sus pasos lo había llevado a la total desorientación. Todo se convirtió en un caos interior; sentía que las pocas fuerzas que le quedaban para soportar sus adversidades internas las había derrochado en aquella salida, y todo para verse solo y perdido, en medio de su desesperación.
Se sentó en medio de la vegetación; la frustración se convirtió en llanto; sollozaba, se cuestionaba y lamentaba por todo y por nada. Cuando ya no encontró mayores motivos para seguir en sus lamentos, se dejó caer de espaldas sobre el suelo.
Se quedó contemplando el suave movimiento de las ramas que el viento le mecía a un árbol, el sonido que las hojas causaban en aquel vaivén; se equiparaba a un arrullo, a palabras que le estuviese susurrando el bosque. Se dejó llevar por el arrullo del momento; empezó a escuchar más sonidos que emitía el boscaje; una orquesta natural en armoniosa sinfonía lo cautivó.
—Debo salir de aquí, aun cuando este sea un maravilloso lugar y me sienta como quería estarlo, no me puedo quedar —decía, mientras se incorporaba.
Divisó un sitio elevado a lo lejos; quizás desde allí podría obtener una vista más amplia del panorama. Comenzó a subir por un empinado risco, sujetando ramas y avanzando con miedo de mirar hacia atrás. En medio de las peligrosas maniobras, una piedra dentro de su zapato comenzó a lastimarlo, pero Alguien no podía detenerse; estaba cerca de alcanzar la cima. La caprichosa piedra buscaba moverse aquí y allá, haciendo de cada paso algo más insoportable.
Agotado y dolorido, llegó a la cima; se tumbó en un lugar llano para tomar aire y poder descansar. Malhumorado y vengativo, empezó a quitarse el zapato; suspiró con alivio al no sentir más la molestia de la piedra. Al mover el zapato en su mano, el sonido de la piedra indicaba que aún se encontraba dentro, burlándose sin ninguna vergüenza al no dejarse sacar. Luego de un par de intentos, la piedra cayó en la palma de su mano; relucía al sol como una joya singular.
—Siendo tan pequeña, me hiciste pasar malos momentos y gran dolor. Hiciste mi camino más difícil a cada paso en mi andar y, ahora que te veo, eres mucho más pequeña de lo que podía imaginar. Te pareces a mis problemas, siempre apretando aquí y allá.
Arrojó la piedra con furia, siguió con su mirada la trayectoria de la piedra y mientras esta caía divisó el sendero, a lo lejos. Sonrió ante la irónica forma de encontrar su camino; se quedó mirando cuánto había recorrido hasta aquel sitio. Después de un rato de reflexión, se colocó el zapato; mientras se ataba, se decía a sí mismo:
—Ni piedras ni problemas volverán a tallarme sin cesar. Es mejor hacer una pausa y sacarse lo que aprieta, en el zapato o en la cabeza, da igual.
Alguien descendió hasta el sendero y pudo continuar su rumbo. Aquel dolor que la piedra le había causado le brindó nuevas perspectivas para seguir explorando el mundo.
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Analizando Ando
Spiritual¿Alguna vez te has preguntado cómo juzgas tus pensamientos y los de los demás, y con qué criterio lo haces? A veces, somos más duros con nosotros mismos que con los demás. Otras veces, somos más duros con los demás que con nosotros mismos. Es un jue...