Extra Dos

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Samantha se encontraba entretenida mirando una serie en la comodidad de su sofá, absorta en su trama, casi sintiendo lo que la protagonista sentía, la felicidad luego de que después de tantos capítulos se estuvieran dando su primer beso, recordó brevemente como Félix la había invitado a comer lasaña en su casa en la cuarta cita, el ambiente se tornó caluroso de pronto. Suspiró encantada con la escena que se reproducía en su televisor, intentando sacar de su cabeza los pensamientos de aquel día junto a su esposo, no era el momento.

Pero todo eso quedó en segundo plano cuando su hijo y esposo entraron por la puerta principal de su dulce hogar, el menor dejó su bolso a un lado de la puerta, apenas saludándolo cuando pasó por su lado, el instinto omega de Samantha empezó a volverse loco al percibir algo distinto en el comportamiento de su cachorro.

Se levantó de su cómodo lugar caminando hacia el alfa que terminaba de quitar sus zapatos, este le dirigió una mirada acompañada de una sonrisa luego de notar el aroma de Samantha, al parecer este estuvo pensando algunas cosas de las que no hablarían en voz alta, pero podía reconocer ese olor donde fuera, la omega al notarlo golpeó su hombro porque ella también conocía mucho de su esposo y sabía lo que quería transmitir con esa sonrisita descarada.

― No digas nada al respecto, no es momento ― advirtió la menor con sus mejillas encendidas ― ¿Pasó algo con Samuel?

El mayor rió, su omega se avergonzaba demasiado rápido, pero no incomodaría tan temprano con el tema.

― No lo sé, estuvo callado todo el camino ― respondió este.

Samantha asintió, su instinto no podía equivocarse.

― Hablaré con él ahora, creo que algo no anda bien.

― ¿Y lo verás oliendo así? ― se burló Félix, recibiendo una mirada para nada amigable de la omega, la tomo entonces abrazándola por la cintura restregando su cabeza en el cuello de la menor. 

La chica se sorprendió ante aquella repentina acción, pero no se quejó, a veces le gustaba tener el aroma del mayor sobre ella, pero no se lo diría en voz alta, se negaba a contribuir con su ego.

― Ya, ya alfa tonto, primero el cachorro ― lo alejó de ella escuchando como se quejaba, pero no le importó y se dio la vuelta.

Caminó por el pasillo de su casa hasta llegar y pararse frente a la puerta de su hijo, sin tocar antes abrió la puerta, encontrándose apenas con un bulto de sábanas en la cama, sus zapatos estaban allí tirados a pesar de que ella había dejado claro que los zapatos iban en la entrada, entonces debe ser algo serio. 

Entró a la misma, sentándose a un lado del bulto que era su hijo, posando una sus cálidas manos sobre las sábanas, este ni siquiera se movió.

No sabía cómo iniciar, ¿Y so sólo estaba cansado? Aun así, su omega no dejaba de lloriquear dentro de ella, siempre se sentía de ese modo cuando sospechaba que algo sucedía con su hijo.

― ¿Sucedió algo en la escuela, cachorro? ― preguntó, su voz cálida era lo único que podía escucharse en la habitación ― Puedes decirme que te está incomodando, porque se nota que no estás bien, muy a penas me saludaste allí afuera. 

Escuchó a Samuel suspirar y finalmente se removió, pero sin embargo dejó la sábana cubriéndolo justo como estaba.

― Amelia se presentó como alfa hace unos días ― respondió el menor.

― Oh ― fue lo único que pudo decir, eso ya lo sabía, las tardes de un bien chismecito junto a Amairani y Abril seguían muy presente en su vida ― ¿Y qué hay de malo en eso? 

Por un momento empezó a crear sus propias teorías en su mente, pero esperó que su hijo hablara.

― Es que... ― empezó diciendo ― Soy el único en el salón que no se ha presentado.

Algo en ella se sintió mucho mejor al escuchar eso, al menos no era algo grave como pensó quiso soltar una risita por lo dramático que estaba siendo su hijo, pero prefirió no hacerlo, a veces la mente de los adolescentes era difícil de comprender. 

― Sólo tienes trece años bebé, no hay que preocuparse por eso ahora ― dijo tratando de confrontarlo. 

Los cachorros empezaban a presentarse más o menos a la edad de nueve años, por eso no era demasiado extraño que los chicos del salón de su hijo ya tengan sus castas definidas, pero aún estaba a buena edad, cada cuerpo es diferente.

― ¿Y qué pasa si estoy defectuoso? ― preguntó el menor, esta vez dejando ver su cara, Samantha pudo ver dejes de algunas lágrimas y negó.

― Samuelito cada cuerpo es diferente, todos tienen su tiempo correcto ― respondió y luego le regaló una hermosa sonrisa pasando sus manos por su rostro, dejando una caricia ― no importa la edad, no hay porque apresurarse, ¿Te molestan por eso?

El niño negó, pero Samantha no tenía que confirmar que no fuera así, los niños y adolescentes llegaban a ser muy crueles.

― Pero ya no quiero ser un cachorro.

La omega se rió un poco, encontrándose así misma en esas palabras, cuando estaba loca por crecer, negó varias veces, cuando somos niños no estamos conscientes de nuestras mejores etapas. 

― Así tengas cincuenta años seguirás siendo mi cachorro, no le des demasiada importancia a eso ahora, eres un chico sano, hace poco fuimos al médico por una visita rutinaria ¿No recuerdas? ― se acercó para abrazarlo, su aroma de bebé seguía presente aun cuando podía notar la fragancia masculina de uno de los perfumes de Félix, ni siquiera había notado en qué momento se lo había echado.

Entró en razón de que en algún momento el aroma de su cachorro cambiaría, sintió melancolía ante el pensamiento, su bebé no olería más a bebé.

― Apestas mamá ― dijo este frunciendo su nariz, abrazándose al cuello de su madre, haciendo lo que este había hecho minutos atrás, tratando de dejarla con su aroma, rió al recordar las muchas veces que había hecho esto cuando estaba más pequeño.

― Ahora cuéntame la verdad ― retó separándose de él ― ¿Hay muchos omegas detrás de Amelia?

El rostro de su hijo se tornó rojo, enojado por sus palabras, ella sabía que a Samuel no le gustaba cuando le decía alguna cosa como esa y mucho menos referente a esa niña que le parecía tan molesta, pero siempre era gracioso hacerlo enojar.

― ¡No da risa! ¡Mamá!

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