27. Sentimientos.

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[ 2 de Diciembre, 1:23 am ]


Georg se encargó de desaparecer los cuerpos del otro bando sin dejar rastro alguno, como si nunca hubiera existido una guerra campal dentro de la residencia. Y hablando de esta, tenía algunos vidrios rotos y se encontraba salpicada en sangre por algunas esquinas, nada que el gobierno de Estados Unidos no pudiese financiar para remodelar de nuevo.

Mientras tanto, Gustav había tenido que llamar a Andreas para informarle sobre la escena que les había tocado presenciar. Después de todo y gracias a que habían intervenido a tiempo, se encontraban bien. El único que había resultado herido había sido Tom, que había recibido bastante de parte de uno de esos hijos de puta. Pero podía con eso, o al menos eso decía.

Y es que en realidad, poquísimo le importaba tener el rostro hinchado en ese momento. Su preocupación era otra; algo andaba mal... Algo estaba yendo mal. Y no podía darse el gusto de pasarlo por alto, como había hecho en oportunidades anteriores cuando miembros de diferentes mafias habían intervenido en España y Francia, intentando llevarse a Brook con ellos.

Se suponía que la residencia iba a estar resguardada las veinticuatro horas vía satélite, desde Washington. Entonces, ¿cómo es que no le habían informado antes que algo así sucedería? Trataba de hallarle algún sentido, quizás solamente se había tratado de algún descuido, pero seguía sintiendo que habían muchas cosas que encajaban en el trayecto de aquella misión.

Su sexto sentido lo decía, y este casi nunca se equivocaba.

Mientras se fumaba un porro, mirando la selva dibujarse en las ventanas abiertas de su habitación, alguien tocó la puerta.

Brook cargaba en una mano un maletín negro y con la otra sostenía una botella de alcohol etílico. La ternura en su mirada, parada en el umbral de la puerta con tan solo un camisón ancho y una sonrisa que apenas empezaba a dibujarse, hicieron de Tom el más vulnerable de todos los hombres.

Se aclaró la garganta.

—Entra. —le dijo tirando el porro por la ventana, rogando porque el humo no se haya impregnado tanto en su ropa. Ojalá a ella no le molestase.

Brook cerró la puerta detrás de ella.

—Siéntate. —pidió Brook, dejando todas sus herramientas en el borde de la cama.

Tom enarcó una ceja.

—¿Ahora eres tú quién da las órdenes? —con una sonrisa divertida, él tomó asiento, poniéndose cómodo sobre su propia cama.

La chica se acercó a él a pasos silenciosos. El camisón le iba bastante grande, pero no lo suficiente como para que sus muslos no se dibujasen perfectamente cuando movía mucho las caderas. De inmediato, su dulce olor invadió las fosas nasales de Tom, aquel detalle podía con él. La tenía tan cerca y podía verla concentrada, pasando algodón y alcohol en sus heridas sobre el rostro. Tom se tensó, y no precisamente por el dolor...

—¿Cómo estás? —él tomó la palabra. Si seguía mirándola no iba a tardar en apartar las cosas para besarla sobre esa cama.

—No sé cómo deba estar al respecto... —ella negó con la cabeza. Sentía de nuevo los recuerdos amordazarle el corazón. —He matado a un hombre, supongo que eso no me dejará dormir por el resto del viaje.

—Hey, déjalo estar. —susurró Tom, cogiéndola del mentón para que lo mirara. —Si no hubiera sido por ti, Georg estaría enterrandome en algún lugar de esta jodida selva.

A Brook le entró un escalofrío.

¿Él? ¿Morir? Madre mía, no era una idea que le viniera para nada bien. De solo escucharlo decir eso se le había escarapelado el cuerpo entero.

𝑨𝒏𝒕𝒊𝒅𝒐𝒕𝒆 ; 𝐓𝐨𝐦 𝐊𝐚𝐮𝐥𝐢𝐭𝐳 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora