13. Una noche de hotel.

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Tom aparcó la camioneta en el estacionamiento de un viejo hotel que estaba en medio de la carretera, pues no había nada mejor a cien kilómetros a la redonda.

Había avanzado ya unos kilómetros para llegar a París, pero debido al tormentoso clima y al largo tiempo que Brook se había tomado en el cementerio, era mucho más seguro dormir en ese hotelucho de quinta que continuar.

Brook lo miró de reojo al percatarse de la pinta del hotel y le dedicó una sonrisa burlona. Parecía uno de esos lugares donde los esposos se follaban a sus amantes, o algo por el estilo.

—¿Dormiremos aquí? —preguntó ella, en un tono divertido.

—Dormirás. Yo estaré vigilándote. —le respondió Tom apagando el motor.

—¿En serio crees que podrían llegar hasta aquí?

—Te sorprenderías de todo lo que son capaces, nena. —el chico intentó bajar de la camioneta para descargar las armas del vehículo, pero la voz de Brook lo detuvo.

—¿Puedo preguntarte algo?

Cuando Tom la escuchó decir eso, supo de inmediato a qué podía estar refiriéndose, porque él tampoco se podía quitar la imagen de ambos besándose. Tocándose. Sintiéndose.

—Dime. —le dijo, volviendo a acomodarse en el asiento. Sin mirarla, siempre sin mirarla.

—¿Qué ha sido lo de antes? —la voz de Brook era lo más tierno que él había oído nunca, y lo era todavía más preguntándole eso. Le sabía demasiado duro ser frío con ella en ese instante.

—¿El qué? —disimuló él, y apretó sus manos contra el volante.

—Me besaste. —Brook fue directa. Tom endureció la mandíbula.

—Brook...

—¿Ha sido otro calentón de los tuyos? —la chica enarcó una ceja, mirándolo tan fijamente que Tom pensó que no resistiría más estando inmóvil en su sitio. Ciertas emociones empezaban a despertarse en él cuando Brook lo miraba de esa forma. Emociones que lo llevaban a excitarse muslo abajo.

—Supongo. —contestó él.

—Oh, vale.

—No te molesta, ¿o sí?

—Supongo que es normal para ti ir y besar mujeres como si nada, ¿verdad? —preguntó Brook de forma sarcástica, un tanto herida interiormente por la apática respuesta de Tom y por su maldito cambio de carácter frecuente.

—¿Estás enfadada? —Tom se giró para mirarla. Dios, cabreada otra vez. Aquello le fastidiaba. No por el hecho de que lo estuviera, sino porque él era el causante.

—No. —negó Brook y bajó de la camioneta, a grandes zancadas.

El muchacho puso los ojos en blanco y dejó escapar un suspiro repleto de frustración, bajando de la misma forma del vehículo. Cargó la pequeña bolsa de ropa que Brook había traído y también bajó él portafolios mediano que contenía sus armas, caminando detrás de ella hacia la recepción del hotel.

—¡Buenas! —les saludó un hombre calvo, viejo, con mirada inquietante y una camisa manchada de grasa. —¿En qué puedo ayudarles?

—Quiero dos habitaciones. —Tom dejó los paquetes en el suelo y sacó la cartera.

—Claro que no, tengo una habitación perfecta para parejas como ustedes. —el calvo le tendió una llave que tenía inscrita el número 19.

—No somos pareja. —contestaron los dos, Tom y Brook al mismo tiempo.

𝑨𝒏𝒕𝒊𝒅𝒐𝒕𝒆 ; 𝐓𝐨𝐦 𝐊𝐚𝐮𝐥𝐢𝐭𝐳 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora