22. Distanciamiento.

372 28 0
                                    


[ 1 de Diciembre ]


—¿Cómo está yendo todo por allá? —Andreas estaba al teléfono y Tom se fumaba un porro en los exteriores de la residencia de Brasil. Hacia un viento delicioso que le acariciaba la cara.

—Por aquí está muy tranquilo todo. —mintió el chico, porque las cosas en su interior estaban peor que nunca. —¿Debería preocuparme?

—Más o menos. —contestó Andreas. —¿Cómo lo está llevando la chica? ¿No te ha hecho ninguna escena? Por aquí los de la agencia ya se han repartido sus fotos, ya les conoces como son de sucios.

—No es gran cosa.

—Está buena, Tom. Te lo admito yo, que estoy comprometido.

Tom puso los ojos en blanco. Un segundo más que estuviera hablando de Brook y empezaría a cabrearse por puro gusto.

—Da igual. ¿Qué querías decirme?

En el otro lado de la línea, Andreas se acomodó en su asiento y revisó algunos folios que tenía en su escritorio.

—Necesito que lleves a la chica al pueblo. Hoy, precisamente, van a hacerle unos estudios en los laboratorios que hemos instalado ahí, antes de que venga a Estados Unidos y se someta al experimento. El lugar es bastante seguro, así que no hace falta que vaya tu equipo completo a resguardarla.

—Vale, haré que Georg la lleve por mi.

—Seria bueno que seas tú quien lo haga. Los del laboratorio quieren hacerte algunas preguntas respecto a la chica, sabes bien como son de exigentes...

Tom soltó un suspiro, pasándose las manos por las trenzas.

—Georg sabrá responder cualquier cosa que necesiten saber sobre ella. —escupió, frunciendo el ceño. Ocultando su sombría expresión bajo las gafas de sol. —La conoce mejor que yo.

—¿Por qué no podrías llevarla tú? —Andrea no pudo evitar soltar una carcajada, un poco sorprendido por la actitud a la defensiva de Tom. —Son órdenes del presidente, colega. No hay mucho que yo pueda hacer al respecto, y tú tampoco.

¡Demonios! Ahora mismo tenía que surgir esto cuando las cosas entre ellos estaban tan jodidas;  es que ya se imaginaba la cara que pondría cuando le dijese que él tenía que llevarla al pueblo.

—Los del laboratorio te esperarán al rededor de las tres de la tarde. —continuó Andy. —Se puntual y lleva contigo a la chica, por supuesto.

~*~


Cuando despertó, Brook sintió su garganta arder como el fuego de los mil demonios. Tenía la boca sabiéndole a whisky y no del bueno, si no de uno barato y agrio. Su estómago se revolcaba provocándole arcadas intensas y la cabeza le estallaba, produciéndole pequeño golpecitos en la sien.

¿Qué coño había hecho anoche?

La luz del sol le golpeaba la vista y todo su cuerpo estaba tumbado en el extremo izquierdo de su cama. Y estaba... ¿desnuda? Joder, lo estaba. Llena de pánico, se vio obligada a que los recuerdos volvieran a ella de manera urgente, para orientarla como pudieran.

Dios mío, desnuda, borracha y viviendo con tres hombres en una residencia colosal y perdida en medio de la selva de Brasil. No sonaba como algo que pudiera dejarla libre de algún pecado. No los conocía a los otros, al menos no muy bien, pero si a Tom...

¡Tom!

Entonces todo volvió a ella en una avalancha de recuerdos que fueron golpeándole uno por uno.

Primero las palabras de Georg, después de su borrachera con este, luego Tom, que de algún modo la había llevado a su habitación y después... Sus besos, sus manos, si tacto, todo lo que le había practicado sobre esa simple cama.

Se ruborizó de inmediato, a medida que iba palpando su propio cuerpo en las mismas zonas en las que él había tocado. Madre mía con lo de anoche...

Y le hubiera gustado que el torrente de recuerdos hubiese terminado ahí, pero la verdad era otra. De pronto vinieron a ella las palabras exactas que le había dicho a Tom, después de que este se había exaltado por escuchar el nombre de Morgan.

Recordar aquello hizo que el malestar de cabeza aumentara, porque de alguna forma... de alguna forma irremediable, dolía. Dolía bastante. Pero se negaba a pensar más en eso, en pensar en lo que comenzaba a sentir. Y es que no había nada que pensar, en realidad. Estaba hecho. Tom y ella no volverían a tener contacto jamás, a menos que la misión lo amerite. Solo de esa forma saldría ilesa y con el corazón intacto.

Se duchó rápido y se colocó una muda de ropa cómoda, para pasar el día. Ya vería en qué se podría entretener estando metida en esa casa, con esos tipos que a penas y hablaban de vez en cuando. Pero antes de salir de la habitación, volvió a entrarle el pánico.

Joder, esperaba no haber hecho algo de lo que no se acordaba que pudiese avergonzarla todavía más.

Cuando llegó a la cocina, los tres muchachos desayunaban a gusto en la mesa de esta. Ninguno decía palabra alguna, cada uno estaba bastante concentrado en su tema. Brook rogó porque ese silencio no se debiera a ella y a su papelón de ayer.

—Buenos días. —dijo bajito; dos de los chicos se giraron a verla y uno de ellos se puso de pie, colocándose las gafas de sol y abandonando la cocina.

Brook hizo un esfuerzo sobrenatural por no voltear a verlo y simplemente ignorar por completo su rechazo. Después de todo, así iban a ser las cosas ahora con Tom, ¿verdad?

—Buenos días, ¿cómo está la resaca? —Georg le dedicó una sonrisa, de esas que podían hacer sentir mejor a cualquiera. Iba tan sexy con esa camisa negra sin mangas y esos pantalones de chándal.

—Terrible. —contestó ella, soltando un suspiro.

—Eres la primera chica que conozco que puede beberse un Jack Daniels por sí sola. —comentó Gustav, comiéndose un trozo de bacon.

—Nada de eso, lo ha hecho con mi ayuda. —intervino Georg, burlón.

—Brook. —entonces, la voz de Tom sorprendió a los tres chicos. Especialmente a ella, que su corazón dio un vuelco al escuchar su nombre, viniendo de los labios de él.

El muchacho estaba de vuelta en la cocina, con las llaves de la camioneta blindada en la mano izquierda. Si semblante era duro y escondía la mirada fría bajo sus Ray-Ban. A Brook le entró un escalofrío.

—Vístete, vas a ir conmigo al pueblo. —gruñó él, sin siquiera mirarla. —Hay gente que quiere verte y para que lo sepas, no ha sido idea mía. Así que tienes diez minutos, no me hagas esperar.

Y desapareció en dirección al garaje.

𝑨𝒏𝒕𝒊𝒅𝒐𝒕𝒆 ; 𝐓𝐨𝐦 𝐊𝐚𝐮𝐥𝐢𝐭𝐳 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora