26. Enemigos y confesiones.

429 34 0
                                    


—¿De qué...? —Tom se quedó sin aliento. —¿De qué estás hablando?

—De lo que veo. Que pareceis un par de niños inmaduros que no saben ni como hablarse o acercarse el uno al otro. ¿Crees que no lo hemos notado? Es bastante evidente que pasa algo entre vosotros, y si soy sincero... no es precisamente una amistad.

—Estas exagerando las cosas, amigo. —Tom tuvo que darle la espalda para poder evitar dar a notar el desenfrenado cambio de matiz en su mirada.

—Es que no lo entiendo, ¿por qué ella no podría gustarte? —inquirió Gustav. —Es bastante dulce, agradable y se nota que los trae bien puestos. Porque créeme, no cualquiera te enfrenta como ella lo ha hecho en varias ocasiones. Además, joder Tom... Brook está bastante buena, lo sabes de sobra. —concluyó.

Tom se pasó las manos por las trenzas, soltando un suspiro pesado al mismo tiempo que buscaba alguna otra excusa que pudiera decirle a Gustav. Pero, ¿de verdad tenía que seguir inventando pretextos ante algo que era meramente evidente? Es decir, incluso Gustav, que era despistado por naturaleza, lo había notado.

—No lo sé... —la voz de Tom se convirtió en un susurro. —Últimamente han sucedido muchas cosas. Probablemente solo soy yo, que estoy confundiéndolo todo...

—¿A qué te refieres?

—Quizás solo... —el muchacho se quedó callado, volviendo la mirada hacia Gustav. —Quizás solo estoy empezando a sentirme solo.

Ahora que dejaba a un lado esa capa de tío duro que cargaba sobre los hombros todo el tiempo, empezaba a sentirse más liviano, más cómodo, por así decirlo. Quizás después de todo no era tan malo contarle sus cosas a alguien. Desfogarse. Solía hacerlo siempre con Andreas, pero el trabajo les había separado y ya no tenían mucho tiempo para hablar de otra cosa que no fueran líos de oficina.

Gustav enarcó una ceja.

—Es curioso. —dijo ladeando la cabeza. —Porque has estado solo durando un buen tiempo y que yo sepa, no te lo has pasado para nada mal. Sin embargo, ahora que ella aparece, empiezas a sentirte en la necesidad de tener a alguien a tu lado.

Tom tragó saliva; se apresuró para decir algo, pero Gustav volvió a tomar la palabra.

—¿Qué sientes por ella?

Joder.

En esa pregunta se encerraban todas sus dudas, todos sus dolores de cabeza y todo el jodido laberinto en el que se había convertido su relación con Brook.

¿Qué sentía realmente por ella?

¿De verdad era tan difícil responderse a sí mismo?

No podía evitar anteponerse a él mismo innumerables excusas que pudieran ocultar sus verdaderos sentimientos. Como pensar, por ejemplo, que lo único que había entre ellos dos era una simple relación de sexo y satisfacción. Pero, ¿cómo explicaba entonces que ni siquiera habían pasado de tocarse? Si eso hubiera sucedido con alguna otra mujer, la habría dejado de tratar en el acto.

Con Brook era distinto. Incluso aunque la misma chica le había impuesto reglas sobre alejarse de ella, incluso aunque muchas veces actuaba como si él fuera su peor enemigo; él seguía ahí... Y probablemente esa era la respuesta ante su tan abnegada pregunta.

—Yo... —se le cortó la voz. Ni siquiera tenía a Brook frente a él, e incluso aunque no la tenía ahí, era difícil. Era muy difícil. No encontraba las palabras por ninguna parte. —Yo...

El sensor de seguridad dentro de sus pantalones empezó a vibrar. El molesto sonido hizo que Tom tuviera que sacar el aparato y tuviese que revisarlo, aunque después de todo quizás solo se trataba de alguna avería del sistema por la anterior tormenta cayendo sobre la casa.

𝑨𝒏𝒕𝒊𝒅𝒐𝒕𝒆 ; 𝐓𝐨𝐦 𝐊𝐚𝐮𝐥𝐢𝐭𝐳 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora