50. Es lo que hacen los amigos.

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El chico apagó el motor de su vehículo.

A continuación, frente a él, estaba la desolada comisaría que lo había acogido durante ese período de tiempo.

Un edificio pequeño de dos plantas, deteriorado por los años, que denotaba tranquilidad gracias a su nada relajante silencio, en medio de esa madrugada que recién estaba comenzando.

Tom recargó su Glock y la enfundó en sus pantalones. Aunque si tenía que ser honesto, ni siquiera aquello le hacía sentir lo suficientemente seguro en aquella ocasión.

Mientras caminaba en dirección a la entrada y buscaba entre su conjunto de llaves la indicada para abrir las puertas principales, su cabeza no podía dejar de divagar en una sola pregunta: ¿A qué estaba a punto de enfrentarse?

Cuando accedió a la comisaría, no pudo ser ajeno al detalle que sus ojos estaban presenciando: el lugar se encontraba con las luces apagadas. En completa oscuridad.

A simple vista, era como si la comisaría se encontrase sin funcionamiento, como si no hubiese ningún alma viva ahí dentro. Entonces su mente no pudo evitar pensar en Rodríguez.

¿Dónde se había metido?

Con mucho tino, Tom decidió caminar por los interiores de la primera planta de la comisaría, recorriendo desde la ex oficina oficial de Hundson, hasta las oficinas de los trabajadores con cargos menores, en busca de su amigo y en busca también de su propia tranquilidad.

Pero no había nada. Absolutamente nada.

Sin embargo, en el camino, el mismo detalle seguía llamando su atención: el sistema eléctrico no funcionaba. Aunque había intentado encender los interruptores de la luz, estos no respondían de ninguna manera. Lo cual suponía una cuestión intrigante, pues al parecer el pueblo si que contaba con ese servicio. Lo que le hacía deducir que alguien había desconectado la electricidad en la comisaría... Por algún motivo en especial.

Fue entonces que, encontrándose en la última oficina del largo pasillo, decidió llamar a Rodríguez de una maldita vez a su teléfono.

Y al hacerlo, incluso sus manos empezaron a temblar. Y no estaba seguro de qué sería exactamente lo que transmitiría su voz cuando estuviese hablando con su amigo. Tom no era de aquellos que se atemorizan fácilmente, sin embargo, esta era la primera vez que sentía que se enfrentaría a algo que había visto jamás en su vida. Y eso le hacía sentir débil, vulnerable, afligido.

Al llamar a su amigo, un teléfono sonó en medio de aquella última oficina.

El sonido venía de atrás de él así que, por simple instinto, Tom se giró. Viendo de esa manera la sombra de un atemorizado Rodríguez escondido detrás de un largo y espacioso escritorio.

A primera vista, Tom no pudo ver con exactitud sus gestos o expresiones, pues la oscuridad era bastante densa. Pero lo podía presentir, algo estaba yendo mal.

De inmediato, Rodríguez salió de su escondite como un pequeño animal a punto de ser capturado y jaló a Tom de las manos para que este pudiese esconderse de la misma manera, detrás de aquel escritorio.

Tom, sin entender nada, intentó preguntar: —¿Qué está pasan...?

—¡Shhh! —pero Rodríguez, con la respiración agitada y el corazón latiéndole a mil por hora, le hizo callar de inmediato. En un estado de alerta, como si estuviera esperando porque algo pasara.

Y así sucedió.

A pasos acelerados y gemidos en forma de gritos bulliciosos, algo se acercó a los dos. Algo que se detuvo justo detrás del escritorio, olfateando con desesperación, como una bestia en busca de su alimento.

𝑨𝒏𝒕𝒊𝒅𝒐𝒕𝒆 ; 𝐓𝐨𝐦 𝐊𝐚𝐮𝐥𝐢𝐭𝐳 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora