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Cruzaron el umbral con una sonrisa oculta detrás de sus labios y, cuando vieron a todos sentados en la mesa, Harry se apresuró a retirar hacia atrás la silla de Rebekah, la cual estaba ubicada en el lugar vacío, a un lado de su esposo. Ella se sentó y le agradeció, acomodando su vestido y observando a todos en la mesa con una sonrisa.

Miró a su esposo, quien tenía la mirada oscura fija en su mejor amigo, que analizaba el camino de este hasta su silla. Relamió sus labios y alzó una mano por encima de la mesa, tomando la mano de Rebekah y dándole un beso en los nudillos, marcando territorio, mientras su mirada, oculta entre largas pestañas, intentaba dar un mensaje claro.

Harry tomó asiento, frente a Rebekah y a la izquierda de su mejor amigo. Observó a todo el mundo y se sintió fuera de lugar. Con su pareja lejos y el resto de los presentes acompañados, no pudo evitar sentir un puñal de envidia en su pecho, sobre todo cuando vio el gesto del italiano hacia su mujer, quien lo miraba con ojos de adoración, absorbiendo los pocos momentos de demostración de amor que su esposo le ofrecía.

La cena fue tranquila y las risas no tardaron en llegar a causa de las historias que sus padres contaban sobre Rebekah y Cipriano cuando eran pequeños. Harry no podía evitar observar, por el rabillo de su ojo, a la castaña que intentaba ocultar el rubor de sus mejillas cuando sus padres sacaban a la luz algún secreto escabroso. También, sin poder evitarlo, comentó y añadió ciertos detalles a las anécdotas de Cipriano de pequeño y adolescente, haciendo que toda la sala estallara en risas, incluso el siciliano, quien parecía no querer soltar la mano de su esposa.

— ¿Cómo te fue hoy? Sé que fuiste a una reunión — llamó la atención Harry, con el brandy de la última hora, haciendo que Cipriano tosiera en medio de la sala de estar, donde ahora estaban reunidos.

Un grupo de sillones estaba perfectamente acomodado alrededor de la mesa de té, donde Rebekah había dispuesto diferentes bocadillos, café y brandy para aquellos que lo deseaban.

— Sí, cariño, volviste bastante tarde. ¿Qué tal te fue? — sonrió la mujer, cruzando sus piernas de manera elegante cuando se reposó en el sillón al lado de su esposo.

— Yo... sí, la reunión — aclaró su garganta y miró a Harry, en busca de ayuda, pero este no estaba dispuesto a dársela. — Fue interesante, sí. Fue con... este hombre de ya sabes, finanzas.

— ¿Finanzas? No recuerdo haber visto ninguna reunión programada hasta febrero. ¿Debí estar presente? — Harry no se resistió a sonreír detrás del cristal, viendo a Cipriano hundiéndose en el sofá, avergonzado.

— Sí, Harry, ya sabes. Era importante porque yo me encargo de la parte de contabilidad. Me llamaron a último momento.

— ¿Te llamaron? ¿Cuándo? ¿No fueron a la fiesta? — La confusión en la cara de Rebekah fue casi una bendición para Harry, y aunque no deseaba que ella se sintiera mal, no podía evitar querer liberarla de aquel hombre que, aunque era su mejor amigo, podía ser bastante imbécil. No era la primera vez que lo atrapaba en una de esas mentiras.

— No creo que sea momento de hablar de trabajo, Harry. Cipriano, no sean maleducados con los invitados — murmuró la madre de este último, intentando evadir el tema, cosa en la que todos estuvieron de acuerdo.

— Sí, creo que es lo justo. Luego charlaremos de esto, Cipriano, tenlo por seguro — murmuró Harry, lo que hizo que las facciones sonrientes del moreno se desdibujaran ligeramente.

Cuando las conversaciones murieron y el último brindis por el fin del año y el comienzo de otro llegó, finalmente los invitados dejaron la casa. Rebekah caminó hacia la habitación, dando ligeros trompicones con sus tacones de diseñador y con su esposo guiándola para que no se cayera, debido a la cantidad de alcohol ingerido.

Llegaron a la habitación y la mujer se deshizo de los Jimmy Choo, volviendo al mismo proceso del día anterior, solo que esta vez fue ella quien se metió primero en la cama, con el sonido de la ducha abierta y el vapor saliendo por la puerta, donde su esposo se estaba duchando.

Relajó sus músculos y cerró sus ojos, intentando que la habitación dejara de dar vueltas. Poco a poco, el sueño comenzó a caer en sus ojos, haciendo que, después de unos minutos, su respiración acompañara el tranquilo latido de su corazón. Pocos segundos después, sintió el peso de su esposo en el colchón, haciéndola elevar ligeramente en la cama y buscar su calor, aquel que el hombre no le daba desde hacía varios meses.

Al día siguiente, la nieve cayó sobre Londres. Cuando el sonido de la alarma despabiló al italiano a su lado, Rebekah se giró para observarlo, permitiéndose acariciar su rostro con suavidad y besar sus labios con la suavidad de una seda, notando cómo el hombre se removía y finalmente despertaba, regalándole la visión de sus hermosos ojos oscuros.

— Buongiorno, cara — mencionó él, y ella sonrió, volviendo a besarlo. Aunque creyó que quizá estaba en su día de suerte, lo sintió alejarse y levantarse de la cama, incluso antes de que pudiera acostumbrarse a la idea de su boca.

— Buenos días, cielo — susurró ella y se sentó, estirando sus brazos y bostezando ligeramente, observando a su esposo perderse entre las puertas del vestidor.

Se levantó y caminó hacia el baño, aseándose lo suficiente para poder bajar a desayunar, utilizando su bata de seda blanca y las sandalias a juego. Miró al personal y saludó a todos con una sonrisa amplia y un deseo de buenos días, intentando ver lo que preparaban para así comenzar a ayudar, tratando de ser útil mientras su esposo se preparaba para el trabajo.

Vio a Cipriano bajar y entonces le entregó su taza de café y un diario del día, besando su mejilla y permitiéndole el acceso a la silla de la punta, donde siempre se sentaba, con ella a su lado. Desayunaron en silencio, mientras disfrutaban de sus respectivas lecturas en una casa en silencio y carente de alegrías, con la cabeza baja. Cuando fue la hora, Rebekah se levantó, tomó el maletín de su esposo, entregándoselo y besando sus labios antes de que se fuera, despidiéndolo y deseándole una buena tarde.

Una vez más, la soledad de la casa la invadió, y la rutina volvió a ella. El año nuevo no había cambiado nada. El año nuevo no había traído bendiciones ni felicidades, solo más y más soledad en una casa que parecía querer asfixiarla a cada minuto.

Entró en la casa y suspiró, caminando pesadamente hacia la cocina y dejándose caer, siendo servida por el té que tanto le gustaba. Mientras intentaba pensar en alguna actividad que le trajera al menos un poco de brillo a su año, miró las actividades y suspiró. Había intentado con el yoga, la jardinería, por supuesto, también se había unido al club de campo y jugado canasta y póker hasta que los dedos le dolieron, pero ahora nada parecía interesante.

Dejó los folletos a un lado y miró por la ventana. La nieve no parecía querer dejar de caer, y aquello comenzaba a deprimirla. Al menos con un buen clima podría despejar su mente en la piscina, tomar algo de sol, o incluso salir a correr, pero ahora parecía estar encerrada en el castillo como una princesa fugitiva. Eso comenzaba a fastidiarle.

Se levantó y caminó hasta la habitación, quitándose el pijama y colocándose una camiseta vieja y su delantal de pintar. Caminó hasta aquella habitación destinada a sus actividades y suspiró mientras el aroma a acrílico la recibía. Suspiró y se conectó los auriculares, comenzando a buscar un lienzo en blanco que pudiera ayudarla a plasmar aquella imagen que tenía en la cabeza, deseando que eso fuera suficiente para mantenerse ocupada por las próximas horas.

illicit affairs | Harry StylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora