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Rebekah observó el techo blanco pulcro de la habitación mientras analizaba los acontecimientos del fin de semana. Hacía varios minutos que Cipriano había dejado la habitación luego de hacerle el amor.

Se había sentido bien, por supuesto, pero luego había llegado el sentimiento que no podía sacarse de su pecho, el vacío. Se sentía vacía. Vacía de colores. Justo como el techo frente a su nariz.

Siempre había asociado el color blanco con la perfección, la pureza, la elegancia y la belleza. Ahora no podía dejar de pensar en los hermosos y enriquecedores colores que habían llenado su vida el fin de semana. Todo eso, ya no estaba. Solo había: Blanco.

Era bastante estúpido, puesto que siempre había admirado su habitación y su casa con orgullo. La casa que Cipriano y ella habían comprado luego de tanto esfuerzo. Era una casa hermosa, elegante y ostentosa. Pisos blancos, paredes blancas y techo blanco, por supuesto. Pero ahora todo aquello parecía menos un castillo de ensueños y más un loquero donde había sido encerrada.

Incluso cuando su esposo la había tomado con palabras dulces, como siempre había deseado, había algo que faltaba. Algo que Rebekah había creído que se llenaría con un poco de pasión y romanticismo en su vida, pero no era así. Había sido ingenua y casi infantil en creer que su vida era una novela romántica en donde su esposo vuelve a enamorarse de ella y recupera el amor perdido. No. Era la vida real. Una vida vacía y plana, como el techo. Justo como el techo de sello impávido.

Miró al espejo y se vio allí, desnuda solo de abdomen hacia abajo. Él ni siquiera se había tomado el tiempo de desvestirla completamente. Al principio, creyó que era solo por la necesidad casi insoportable de tenerla, pero ahora, que él se había ido y la había dejado allí, vacía, se preguntaba si se parecía más a él que ella servía cada tarde al esperarlo. Caliente, dulce y servido para él.

Así que él lo toma, solo unos cuantos bocados, para satisfacerla y luego la deja, teniendo que limpiar todo el desastre y preguntándose si aquello fue suficiente o quizá requería de otro tipo de masas finas. Se recordó, de repente, a ella misma buscando ropa interior y ejercitándose duro para parecer más apetecible, encontrando un paralelismo casi enfermizo con la selección de masas y pies que decoraba con tanto afecto, esperando que Cipriano disfrutara del pasar un momento con ella.

Qué estúpida. Siempre intentando satisfacerlo. Siempre creyendo que el problema había sido ella, cuando simple y sencillamente entre ellos había blanco.

Quizá era una nueva perspectiva. Quizá es como cuando ves el arte. Luego de cierto tiempo, cuando vuelves a verlo, adquiere otro significado, otros matices. De repente te sientes triste por algo que antes te ha hecho enormemente feliz. El problema era que Rebekah no podía recordarse enormemente feliz. No en aquel impávido e insensible color blanco. No. Ahora ella recordaba el verde y entonces es que el recuerdo de risas y palpitaciones volvía a su cabeza. El problema estaba en que ella siempre había vivido con esperanza, no con felicidad. Y ahora que la conocía, no quería recuperar la esperanza, no quería volver al blanco y liso muro. Quería volver a los verdes brillantes y los rojos cereza.

— Rebekah —, la voz de su esposo la llamó, mientras abría la puerta y la observaba, justo como la había dejado.

Rebekah estaba como una estrella de mar en la cama, medio desnuda, mirando el techo con lágrimas secas en su cara. El mismísimo retrato de un loquero.

— Saldré a la empresa en un momento. Deberías apurarte si aún quieres volver a tu estúpida fantasía de secretaria, o tendrás que viajar en un taxi, porque no pienso esperarte —, la voz del hombre fue lo único que percibió.

Su mirada siguió balanceándose en el vacío, en la nada.

Los pasos llenaron el silencio y entonces se sentó, sintiendo su cabello largo y lacio cayendo por su espalda y su vestido acomodándose en sus muslos.

illicit affairs | Harry StylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora