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La vuelta a casa fue silenciosa, y aunque Rebekah estaba acostumbrada al silencio, esta vez supo que era diferente. Algo entre ellos había cambiado esa noche.

Aún tenía en su mente los ojos y las palabras que Harry le había dicho en la intimidad del baño, haciendo que su corazón se acelerara y su respiración se volviera un desastre. Tenía que frenar, debía pensar en frío y recordar su posición; su lugar era al lado de Cipriano.

Quizá él no era el hombre más romántico y cálido de la tierra, quizá era temperamental y algo machista, pero era su esposo y ella lo amaba. Había jurado que sería fiel en cuerpo y alma, en pensamiento y acción, y fantasear con la idea de Harry quitándole el vestido iba en contra de todos sus principios y el sagrado sacramento.

Entraron a la habitación, se quitó el abrigo que ya la estaba asfixiando, dejándolo en el elegante sillón, y luego alzó uno de sus pies, quitándose uno de los zapatos y dejándolo en el suelo, seguido del otro. Alzó su cabellera abundante e intentó alcanzar el moño en su nuca; sin embargo, las manos de su esposo fueron más rápidas al tomarla por la cintura y acercar sus cuerpos.

El aroma varonil de su marido la hizo cerrar los ojos y, por un momento, fantaseó de formas que jamás lo había hecho antes, sintiendo cómo él le despojaba del vestido y repartía besos suaves y cálidos en la piel erizada de su nuca.

«¿Acaso se había comportado como un cavernícola porque le gustaba lo que veía?»

Se sintió un poco más cerca de la victoria.

— ¿Por qué te pusiste esto, Rebekah? ¿Acaso pretendías volverme loco delante de todo el mundo? —, el acento italiano de su esposo, entremezclado con el inglés, la hizo desfallecer de a poco. De repente se sintió menos enojada y más satisfecha.

«Eran celos. Cipriano se había puesto celoso. Le había gustado», pensó, esperanzada.

— S-si eso quería —, se sintió débil mientras la boca de su hombre la volvía dócil, una vez más.

— Eso no es propio de ti, no es propio de mi mujer —, murmuró él, alejándose, y ella se quedó allí, con las piernas débiles y el corazón latiendo en la mano. — No vuelvas a hacerlo.

El frío llegó cuando el vestido cayó al suelo y, entonces, dio un paso hacia atrás, quedando fuera de él. Observó en el espejo el reflejo de su esposo quitándose el elegante esmoquin, y aunque había deseado ser quien lo quitara, nuevamente no tendría esa suerte.

Cualquier rastro de victoria y autoestima fue pisoteado cuando vio al hombre salir en su pijama, recostándose en su lado de la cama y durmiéndose, haciendo que sus ronquidos llenaran sus oídos, con una mujer estupefacta parada en ropa interior fina, en la mitad de la elegante habitación.

Suspiró y se encaminó a quitarse los aretes, junto con el resto de joyas y el maquillaje que ahora parecía estar burlándose de ella. Lavó su cara y ató su cabello en una trenza, caminando con sus pies descalzos en la alfombra de cientos de dólares que cubría el suelo de la habitación, que parecía estar juntando polvo en el espacio entre sus cuerpos.

Apoyó su cabeza en la almohada y dejó que las preocupaciones se empujaran lejos de su mente, lejos de su corazón, y se quedaran aplastadas en aquel rincón de su alma que oscurecía su mirada y la volvía más fría, más hostil, menos brillante.

Al día siguiente despertó con el ruido de la puerta de la casa cerrándose, y aunque intentó despertarse lo suficientemente rápido para despedir a su esposo, se dio cuenta de que era demasiado tarde cuando el sonido del motor deportivo se hizo presente, mientras intentaba colocarse una bata que tapara su ropa interior desperdiciada.

illicit affairs | Harry StylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora