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La conversación de Cipriano a Harry se resumió en una sola palabra: amenazas.

Harry tenía poder de persuasión, Rebekah lo sabía. Lo había visto varias veces en juntas, sin contar aquellas ocasiones en que él y Cipriano discutían sobre algún tema. Por otro lado, Cipriano era manipulador, y Rebekah lo conocía bien. Sabía que una de las virtudes y defectos de su esposo era precisamente ese.

No tenía idea de cómo Harry convencería a Cipriano para permitirle realizar ese viaje. Había intentado por las buenas, las malas y ahora, por las determinantes. Esta era la última y única oportunidad de cumplir con el objetivo que ella y Harry se habían propuesto para el futuro de la empresa.

No era un capricho, era real. Necesitaban aquel contrato con Nike tanto como Rebekah necesitaba respirar un aire nuevo, lejos de la toxicidad y la presión de su esposo.

Sus manos temblaban mientras observaba fijamente la pantalla de la agenda privada de Harry. El silencio era absoluto, solo se interrumpía por el sonido de teclados y las impresoras de la oficina.

No la habían dejado entrar. La conversación había muerto entre ellos tres en el momento en que Harry observó, con ojos rojos, la forma en que Cipriano sostenía a su esposa. No era la primera vez que lo hacía, pero sí la primera vez que lo hacía delante de él. Eso fue lo que encendió la vista roja de Harry y despertó su necesidad de venganza.

— Es mi esposa, Harry, no es tu esposa — murmuró Cipriano, con su inquebrantable acento italiano, al otro lado de la puerta. Sus brazos cruzados sobre su pecho indicaban total relajación, sentado hacia atrás, en la silla frente a la gerencia. Siempre en segundo plano, pero no en esa ocasión. En esta tenía el poder.

Rebekah no podía escuchar nada. Ambos discutían al otro lado del pasillo, lo suficientemente lejos para que nada llegara a sus oídos.

— No se trata del matrimonio, Cipriano, por el amor de Dios. Se trata de la empresa y de que necesito que ella me ayude tanto como ella desea ayudarme — intentó mediar Harry, pero parecía que Cipriano no lograba entenderlo.

En su mente, Harry siempre había sido una amenaza, no solo por su éxito, sino por la forma en que atraía a todos, incluidas las mujeres. Rebekah no había sido diferente. Él lo sabía. No le era ajeno el deseo en sus ojos la primera vez que ella lo vio, en aquel bar de la universidad. Sabía que aquella mirada tenía un ida y vuelta, pero no iba a permitir que Harry obtuviera lo que siempre quería.

Harry siempre tenía lo que Cipriano deseaba: un apellido fuerte, dinero, éxito, mujeres, simpatía, una familia ejemplar, una carrera, los medios y una empresa. Él lo tenía todo, pero no a Rebekah. Ella era suya. Suya. Le pertenecía. Se había encargado de envolverla, de ganarse su confianza y finalmente llevarla al altar con trabajo duro.

Había tenido que hacer cosas que jamás creyó posibles. Había actuado caballeroso, romántico, fiel y devoto. Le había dado todo lo que ella había querido hasta que finalmente se convirtió en su esposa, ante Dios y los ojos de todos. Nadie iba a romper eso.

— He dicho que no. Rebekah lo ha escuchado, tú lo has escuchado, incluso Fiona lo ha escuchado — murmuró, casi con cinismo. Harry deseaba golpearle el rostro y arrancarle aquella sonrisa fanfarrona de la cara, pero se contuvo, la furia era palpable.

— Si no permites este viaje, voy a tener que utilizar otros métodos, Cipriano — dijo Harry, sentándose y apoyando ambas manos sobre la mesa. Su cuerpo cambió por completo. Su poderío y control aumentaron. Sabía que podía acorralarlo. Había demasiados secretos oscuros entre ellos.

— ¿Qué métodos? ¿Secuestro? — preguntó Cipriano, con un tono lleno de fanfarronería. — No digas estupideces, Harry.

— Fiona y Vanessa — respondió Harry, como si nada, mientras clavaba sus ojos verdes en el café, sin mirar a Cipriano. Un brillo se apagó en los ojos oscuros de Cipriano y las comisuras de su boca se tensaron, aunque no lo suficiente.

— ¿Qué con ellas? — respondió, casual. Acomodándose el collar que colgaba de su cuello, una cruz de oro italiano.

— Rebekah va a saberlo y el viaje se convertirá en una mudanza permanente, lo sabes — lo advirtió Harry, sin perder la calma.

Cipriano tragó saliva y luego se inclinó hacia adelante. Deshizo los brazos y se secó la transpiración de las manos en su pantalón de vestir caro.

— No tienes cómo probarlo — respondió, mirándolo directamente a los ojos.

Era un enfrentamiento. Él lo evaluaba, pero Harry ni siquiera parpadeó. Su rostro era tan serio y duro como el roble. No mostró signos de debilidad, ni siquiera en su respiración.

— Tengo acceso a las cámaras de seguridad, Cipriano. Incluso las de la sala de juntas. Puedo pedir un retroceso de media hora y Rebekah verá lo que vi yo cuando entramos allí. — mencionó, y fue la primera vez que Cipriano sintió que le faltaba el aire.

Acomoda el cuello de su camisa y juega con la cadena en su cuello, sintiéndose asfixiado, mientras Harry se mantenía impenetrable, como una estatua de mármol. No estaba jugando, esa era una amenaza real. Cipriano había visto a hombres caer por mucho menos, por un simple chasquido de su amigo. No iba a temer hacerlo, ni siquiera a él.

— ¿Cuántos días? — preguntó Cipriano finalmente.

Harry no parpadeó. Estaba en control total. Lo tenía justo donde quería, y a ella también.

— Cuatro días — respondió sin vacilar.

El silencio llenó la sala. Cipriano sentía su corazón golpear en sus oídos. Quería golpear a Harry, pero sabía que si lo hacía tendría que dar explicaciones. Explicaciones que no le convenían dar, mucho menos a la mujer al otro lado del pasillo, quien esperaba con un nudo en la garganta y los nervios de punta. Se tomó un ibuprofeno para calmar el dolor en su muñeca.

Cinco minutos después y una amenaza más, Harry salió con una sonrisa confiada. Se dirigió a la sala de juntas, donde Rebekah estaba a punto de perder la cordura. Él entró y ella se quedó parada a unos metros de él, completamente aturdida.

— Salimos esta noche. Ve a casa, prepara tu valija y vuelve aquí. Hay que cambiar los pasajes y el nombre de la reservación. ¿Crees que puedes encargarte de eso? — preguntó, mirando la respuesta en sus ojos.

— ¿Él dijo que sí? — preguntó Rebekah, casi con miedo e incredulidad.

— Por supuesto, Bekah. Son negocios — concluyó, sin entrar en más detalles.

No quería darle más información, no quería lastimarla, pero esperaba que en algún momento ella entendiera lo que realmente estaba ocurriendo y dejara a Cipriano.

Bajó la vista hacia las manos de la mujer y vio las marcas rojas y moradas que comenzaban a formarse. Rebekah pareció notarlo, porque acarició la zona instintivamente, pero él le tomó la mano y observó el hematoma. La miró a los ojos, y su cercanía era tal que podía ver los pequeños destellos de profundidad en sus ojos azules.

Quería decir algo, ambos querían, pero ninguno de los dos había sido lo suficientemente valiente en años. Sería necesario algo más que una simple batalla ganada para llegar a ese punto.

Harry observó con atención su muñeca. Las marcas verdes y amarillentas eran evidentes.

Su nuez bajó y subió con dificultad. Su mirada pasó de sus ojos a su piel, y en un instante, él llevó sus dedos delicados hasta su antebrazo. Alzó su mano, lo suficiente para apoyar sus labios suavemente sobre su muñeca. Rebekah contuvo el aliento, y cuando él se alejó, parecía que todo se soltaba de repente.

— Te llevaré a casa y volveremos. No quiero que estés a solas con él.

illicit affairs | Harry StylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora